Aquí, donde las horas son solo números en un reloj
que marcan el tiempo que me queda para sufrir y lo reniego.
Pues he planeado más mi último día de vida
que una vida y más días.
Mi adiós solemne lo he diseñado con más cuidado que mis años de pureza, que fueron un bosque oscuro sin senderos de esperanza.
He elegido la música para mi silencio eterno:
un réquiem de lágrimas secas y sollozos mudos que no podre escuchar.
La caja de mi reposo eterno será de pino negro,
con adornos de flores marchitas y espinas heladas
que me cubrirán en mi velada,
También llevaré un vestido azul despintado,
asemejado a mi alma muerta desde antaño,
no será liso, sino con encaje deshilachado como sueños quebrados.
He vivido más en los momentos previos al adiós
que en los años que me precedieron a este final amargo,
donde el amor fue una palabra que otros decían
y yo solo un eco de frases vacías.
Mi corazón bombea con más fuerza en la cuenta regresiva
que en la suma de todos mis latidos anteriores,
cada pulsación es recordatorio de que
el final está cerca y la vida se siente como un suspiro a una hoja seca..
¿Qué me detiene para dar el último paso?..
¿o es que aún hay una parte de mí que se aferra
a este mundo que me ha dado solo pesares?
Pero es en el dolor donde he descubierto mi humanidad, en el abismo donde aprendí a sentir y ser. En la grieta de mi existencia, el sufrimiento me ha mostrado la resiliencia de mi espíritu. Y precipite al vacío, la luz de mi alma se reveló, no como un resplandor puro, sino como un tornasol que refracta la oscuridad, mostrándome en toda mi complejidad, en mi desnudez, tal cual soy: fragmentada, contradictoria, viva.