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Carta

Parte de la obra "Avisos de Ocasión"

                            21 DE ENERO, AÑO TERCERO DESPUÉS DEL FATAL DÍA (DFD)

Querida Miranda:

  Ya son tres años desde aquella fatídica tarde en donde Melani se fue. Aún puedo observar, si cierro los ojos apretadamente al alma, la imagen de las puntas de sus pies despegándose del suelo, con las agujetas de su calzado bailoteando y despidiéndose del mundo que siempre había andado.

Aún la veo en mis sueños, con el pequeño destello en la mirada que provocaba emoción de ver. Como si se enamorara de todos, y de todo.
Cada año es igual, dulce Miranda. Me atormenta el eco de su grito pidiendo auxilio, el recuerdo de sus brazos tiesos estirándose hacia mí, pidiendo una oportunidad de quedarse en la tierra que la había visto crecer. La veo atravesar las nubes que admiraban el fenómeno maravillosamente trágico. La veo cruzando el cielo que alguna vez miró tirada sobre el césped del jardín, imaginando millones de historias. Ésas aún yacen en el diván.

Muchos de sus libros están aún entreabiertos sobre la página en donde se quedó en cada uno de ellos. Aún desprenden un poco de aroma a esperanza, café seco y una ligera alma de violetas. A Melani le encantaban las violetas, siempre decoraba todo con ellas. Decía que eran las flores favoritas de las mariposas, quién sabe por qué razón. Quería averiguarlo con tanto fervor que se tiraba hora tras hora observándolas sobre todo su jardín. Decía que la mejor manera de entender a las mariposas era siendo una.
Quizá eso fue lo que pasó… lo he pensado este tiempo. Quizá se convirtió finalmente en mariposa y pudo volar, y pudo irse. Donde sea que esté, estoy casi seguro que extraña a las violetas, a todas las suyas, y posiblemente esté buscando una tan grande que por fin pueda descansar las enormes alas invisibles que se la llevaron para los cielos.
Nunca me preocupé, a diferencia de ti querida Miranda, que pudiera llegar tan alto que saliera de la atmósfera y se asfixiara a falta de oxígeno en el espacio. No me preocupaba porque a ella le encanta la astrología, y sé que estará tan ocupada viendo las constelaciones que ni siquiera se acordará de respirar. Esas cosas te roban el aliento, me lo puedo imaginar. Así, tú no deberías preocuparte más por el paradero de tu hija, ella está a salvo, lo puedo sentir.

¿Cómo?

Verás, el otro día –cerca del festejo de la cosecha– me llegó una señal de ella. No te alarmes, podría estar equivocado.

Iba caminando por el verde camino a la ciudad, cuando un pequeño destello se asomó por entre las nubes. Se iba acercando a gran velocidad y el reflejo del sol sobre el objeto me acariciaba los ojos. Podía notar que debajo una cola negra al caer, no muy larga y que también se movía como una serpiente asustada. El objeto tomó demasiada velocidad, y yo tuve que esperar su impacto contra el pasto unos pasos hacia atrás, pues no sabría si se rompería y podría brincarme un trozo al ojo y cortarme.
El impacto fue increíble. Un círculo se dibujó alrededor del pequeño cráter que dejó por la caída. Me acerqué, para todavía alcanzar a divisar un caminito de humo negro que salía del propio objeto.

¿Recuerdas aquél regalo que le diste en su quinto décimo cumpleaños? A ti te había gustado demasiado y le creías indicado regalárselo en su cumpleaños. Era un collar de piedra en forma de violeta. Tenía grabada un texto en algún idioma raro, que te dedicarías a traducir y darle un significado. Cuando se lo diste, murió de encanto, te devolvió el presente con un abrazo y no se lo quitaría jamás… o hasta ese momento.

Era aquella violeta. Los grabados tenían un poco de polvo blanquizco muy extraño, pero eran notablemente iguales a los que tenía el que le regalaste a Melani.
Me quedé mudo, con duda de tomar el collar y me voltee para evitar el impacto que ahora estaba haciendo en mi corazón aquel objeto malicioso. La impotencia se apoderó de mí. Quería descartar que fuera el de ella, pero éste había caído del cielo, de donde vi por última vez el rostro de mi hija. Era indudablemente obvio. Era de ella.
Hoy te puedo decir que estoy algo arrepentido de haberlo dejado ahí, semienterrado en quién sabe qué lugar. Pero luego pienso que tengo demasiados objetos de ella, muchas cosas que me recuerdan a su partida, y paradójicamente, a su vuelo. No lo tomé y lo agradezco hasta cierto sentido, tenerlo me hubiera puesto a pensar en muy malas y trágicas posibilidades de lo que le pasó.

Sé que el collar no estaba rasgado ni maltratado, y me gusta pensar que intenta bajar, y que se le cayó accidentalmente. Me gusta imaginar que intentó llamarme. Pero eso también me pone triste. Tan impresionado estaba que no se me ocurrió mirar hacia arriba. ¿Qué tal si ella estaba llamándome? ¿Qué tal que pasó por ahí y yo me quedé viendo el suelo? ¿Qué tal si el impacto ensordeció su grito?
Sin duda no haber volteado, y no haberlo recogido me hace pensar miles de preguntas, sin respuesta a ninguna de ellas, pero sé que si lo hubiera hecho, si hubiese volteado o recogido el collar, viviría con la tristeza de sólo ver a mi hija con vida y no haberle podido ayudar en lo absoluto.

Ya no me importa, pues, la importancia de la magia que la hizo flotar, que le permitió volar por los aires. Ya no me importa qué o quién le hizo esto. Ahora sólo me importa qué está haciendo ella y nosotros por qué sus pies toquen el piso de la casa nuevamente, y si el destino me lo permite, que tú regreses para ése alegre día.
Siento que no falta mucho para saber algo más concreto de ella. No pierdas la esperanza Miranda. Volverá. Pero aún tengo una cuestión. ¿Tú también volverás?

Cuídate mucho, y disfruta mucho de los cielos parisinos que te rodean a diario, el olor a pan fresco y queso delicioso. Espero noticias tuyas pronto.

                                                Con amor, Laurent.

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