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A Leopoldo María

Las estrellas se han roto
y la vida se despierta muriéndose de miedo.
Ya no tengo más muerte que la mía,
ni más casas que habiten mi dios y mis encantos.
Cuchillos moribundos, que no aman, deliro;
gaviotas en la frente, cultivo en otros besos
y el castigo que puedan augurarme las garras
y los picos sedientos, se los dejo en ofrenda
a mi poco cerebro de cianuro impreciso.
Mamá se está quedando dormida o medio muerta,
el té ya no le sienta tan bien en la mirada,
y a mí me sacarán los ojos al final del invierno.
Sin embargo y sin prisa, se oye la esperanza:
hay cuatro medias vueltas en la casa de al lado,
las niñas han regado con tiza la rayuela,
con risitas de encajes me consuelan la cama
y las ventanas se abren con las faldas al cielo.
Preferido o celebrado por...
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