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El campanario que vive en mis pulmones

NO están dichas las palabras y sin embargo el verbo tiembla
en mi garganta de iglesia mitral y horrores,
en mi terrible corazón de rojovivo y carnetirada
contra la pared de motel de carretera,
esa cosa con vida que martillea en el yunque de mis dioses despiertos,
en mis dolorosos huesos que sostienen todo lo que fui algún día, en mis pulmones abiertos a navajazos,
los besos se arrastran brazosarriba y brazosabajo,
como un zumo de palabras y sílabas
en todas estas bóvedas que nos rezan en un tic tac casi inaudible, casi monstuoso:
a-mor-mí-o, a-mor-mío,
como un campanario sólido y eterno,
como un hombre cortado por la mitad
y que funciona como badajo,
en su pequeño cuarto donde nadie duerme,
y eso que la locura aún no está dicha
ni inventaron los vientos ni las manos ni la clavículas
pero sí el murmullo y el llanto,
porque primero fue el llanto y luego todo lo demás,
a-mor-mío, a-mor-mío,
y eso que no está dicho dios y sin embargo
no hace más que derretirse y gotearse y gritar ahí arriba,
en el departamento de arriba,
desde el techo de mis nubes de cabellos rotos,
a-mor-mío,
desde ese cielo raso de mi casa desguazada y enredada
en tus ortigas de piernas y refugios
y en todo el edificio donde te vives tanto.
a-mor-mío-amor-mío,
como la lengua del silencio más sonoro
y, sobre todo, el más sustantivo, el más en vela,
el más en pena y el más vivoviente,
muerto, intocable, hueco, como una caverna,
un piano de dedos ciegos, unas teclas solitarias y solas,
que son las cuerdas de mi voz desesperada.
a-mor-mío, a-mor-mío...
no puedo continuar con estas olas de perros con dientes mordidos en mi pecho...
sale el sol porque salen tus ojos a amanecerlo todo tanto,
a nacer otro milagro nuevo, de nuevo,
en mis rojas heridas negras,
a-mor-tan-mío.

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