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El teléfono

En una esquina triste del salón vacío
me esperabas patético en el suelo.
Más que un teléfono
me pareciste un perro abandonado
gimiendo por la vuelta de su dueño.
Fuiste desde entonces mi mejor amigo.
Tú me traías a través de la distancia
esa voz que habita donde antaño,
en calles perdidas en el tiempo,
la primavera se anunciaba
con lejanas melodías de azahar
y pétalos de rosa,
calles que ahora
ya huelen como todas
a nubes de humo gris,
a sudor pegajoso de almas desoladas,
a viento loco de brújulas sin norte.
Esa mezcla de lascivia y soledad
expulsó del reino fugaz de lo inhumano
la búsqueda incesante
del sueño imposible y el deseo.
¿Qué limosna nos dan a cambio de esto?
¡Qué grises las casas de ciudad,
qué perdidos los deseos
de quienes las habitan,
qué tristes y oscuros
sus recónditos lamentos!
Eres, de mi humilde hogar,
el único objeto que no me habla
sino por el que hablo
y con mi verdadera patria
me relaciono y me conecto.

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