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En el vientre de la noche

I
 
La locura se engendró en el vientre de la noche
como fruto de su unión con el insomnio.
Apareció como el eco de un grito herido
envuelto en la tristeza nacida de una ausencia.
A diferencia de los ecos ordinarios,
que resuenan igual a la voz que los provoca,
la locura devuelve respuestas diferentes
según las gritadoras (la mayoría son mujeres
que cayeron en el pozo de la soledad).
 
La locura hace que las insomnes corran sin aliento
en pos de metas que otros les imponen
para que nunca se encuentren a sí mismas.
Gritan ¡ayuda! y el eco les devuelve
nombres de remedios rellenos de tristeza.
Gritan el nombre del amado y el eco les devuelve
el deseo imposible que prolonga su tortura.
Gritan ¡luz! y el cielo se puebla de pájaros negros
cuyos graznidos acallan el dulce arrullo de la noche.
Lloran, y el eco les responde con la nada y el vacío.
 
Las insomnes no duermen porque creen
que la vigilia las protege del abismo del sueño
que confunden con la muerte.
Las insomnes se miran al espejo
y se horrorizan de sí mismas.
No esperes al amado. Se ha ido para siempre.
Por más que tu mirada se desgaste
en horizontes, su barco ya no vuelve.
Intenta dormirte en el recuerdo
de sus manos acariciando tu cabello.
 
II
 
El sueño se engendró en el vientre de la noche
como fruto de su unión con el silencio.
Apareció como un cojín de terciopelo,
suave como el lomo de un gato, y eléctrico.
El sueño se fue deshilachando
en muchos sueños que a su vez se refugiaron
en el hondón de los durmientes
adoptando las formas más extrañas
según se acomodaban a las ánimas de estos.
 
De los durmientes poseídos por el miedo
surgieron los sueños tenebrosos,
las interminables pesadillas,
los gritos ahogados,
las procesiones de muertos,
el vértigo, los abismos, el infierno,
los cuchillos acechando entre las sombras,
las mansiones habitadas por fantasmas
que deambulan atraídos por el miedo.
 
De los hombres tranquilos,
que acogen la paz de las estrellas,
surgieron los sueños placenteros
exhalando los olores más diversos:
a nardo, a jazmín, a tierra mojada tras la lluvia,
a brisa marina, a esencia de doncella,
a nostalgia azul de marinero,
a sonrisa de niño en el regazo de su madre,
a aroma de café, recién uno despierto.
 
Corren rumores de que la misma vida
es también sueño y que los sueños
son retazos de niebla dentro de otros sueños.
 
III
 
La muerte se engendró en el vientre de la noche
como fruto de su unión con el último peldaño de la vida.
Apareció como el canto de un ruiseñor
a la luz de la luna. Lo del esqueleto con guadaña
es un invento que les recomiendo descrean,
pues no conozco ningún dato que lo avale
y no me gustan las historias sin sólidos cimientos.
 
La muerte que es hija de la noche no es violenta,
como aquella provocada por los hombres.
 
Los hombres sienten una atracción irresistible
por todo lo que mata:
las armas, la indiferencia, el dinero o el veneno.
Su capacidad de matar les hace creerse fuertes.
Con sus leyes matan la libertad,
con su ruido matan el silencio,
con su falta de ternura apuñalan la inocencia
(¡pobre de la que está aprendiendo a amar!),
con sus rutinas matan la poesía,
con su retórica matan la verdad,
con su afán de tener matan al pobre,
con su soberbia prolongan la vida insoportable
del que está deseando descansar de todo esto.
 
Yo no quiero la muerte de los hombres,
sino la que es hija tranquila de la noche.

Libro: Mi cama es una balsa a la deriva
Autor: Juan Julio Alfaya Fernández
Registrado en el Registro de la Propiedad
Intelectual de la Xunta de Galicia.

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