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El tren

El desplazamiento de lo humano
por objetos fabricados por los hombres
me hace sentirme ajeno a lo moderno,
extranjero en este mundo técnico
que reemplaza la magia del ensueño.
El hombre se ha vuelto un esclavo de sí mismo
al creerse un dios todopoderoso
en el Olimpo de la Ciencia y el Progreso.
 
Solo aquel tren de vapor habita
aún apacible en mi recuerdo.
Quizás no todos los objetos son iguales.
Yo prefiero los que son humanizables
como el tren que pasaba a pocos metros
de la casa de mi abuela y que ahora
recorre en mis tardes de nostalgia
la vía abandonada de mis sueños.
Mi tren de niño funcionaba a carbón.
Era un tren de verdad, no de juguete,
llevaba maquinista y fogonero.
Echaba bocanadas de humo negro.
Su silbido anunciaba al mismo tiempo
la presencia del peligro y la promesa
de algo misterioso y seductor
entonces para mí desconocido.
Había que apartarse de la vía.
Decían que el vacío en torno al tren,
como un imán, podría atraernos.
Subíamos corriendo al terraplén
para ver más de cerca a los viajeros:
me fascinaban aquellos ojos de doncella
que en espacio de segundos
se cruzaban con los míos, asombrados,
ignorándolo yo todo acerca del deseo.
Me hacían feliz las manos complacientes
que respondían al infantil revoloteo
de las nuestras deshaciéndose en adioses
a unos desconocidos que se alejaban en el tiempo.
 
¿Dónde está ahora ese tren de mi nostalgia
en el que aún viaja una parte de mi infancia
con su fascinante traqueteo,
el paisaje huyendo de mi vista,
haciéndome preguntas sobre aquellos ojos de mujer
que vi alejarse de los míos,
sosteniendo su mirada unos segundos
para eternizarse en lo hondo del recuerdo.
¿Conocéis, acaso, el sentido del viaje sin origen ni destino?
¿Podéis dar respuestas no aprendidas en los libros?

Libro: Mi cama es una balsa a la deriva
Autor: Juan Julio Alfaya Fernández
Registrado en el Registro de la Propiedad
Intelectual de la Xunta de Galicia.

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