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Arenga del que sueña

Imagino una calle. A la realidad le resulta oscura y le agrega un farol. Basta que la realidad meta bazas en el asunto para que el farol reproduzca la sombra de una prostituta. Ya no sigue siendo la calle que imagino: ahora tiene farol, tiene prostituta y un ladrón que la corteja. Entonces cae, en la que fuera mi calle imaginaria, la policía...

Imagino un país y mis compatriotas lo llenan de sonrisas y de heridos. Aun así, imagino que la multitud oye su propia voz y que esa voz no niega que el rey vaya desnudo. Pero las gentes, cuando les digo que sí, que el monarca va en pelo por las calles, me quitan el saludo.

Imagino un tigre. Antes de dormirme, imagino un tigre. El vecino de enfrente no es que sueñe su fusil, no, pero lo dispara y espanta al gran felino de mi sueño.

Si creen que voy a decir que imagino una puerta y salgo por ella hacia otros reinos, lo lamento. ¿Preferirían imaginar que no imagino, soñar que no sueño, suponer que no supongo? Imagino una flauta. Un flautista. Y ustedes siguiéndolo hasta el río.

Preferido o celebrado por...
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