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Lo que piensa la casa del solitario

Vendrá al atardecer, cuando el ruido callejero entre en las hendijas y busque mi corazón, que está en el patio. Girará la llave para entrar con sus gastados pasos. Reco–
rrerá mis secretos, el ángel de yeso y las flores de estuco en su lento desmorone. Desde la mecedora, en las volutas de humo verá coronar endriagos, reyes de ceniza. Re– conocerá su soledad en el traqueteo de la madera, en el lamento de las vigas mientras abre los cuartos como un bostezo coral.

Antes pensaba en desperezarme, en dejarle caer la araña de luz sobre su cabeza. ¿Haría bien en descargarle el cuadro de sus antepasados, causantes de mi peor herida,
de mi mayor grieta? ¿Por momentos creyó que mis muros eran los costados de Cristo? Claveteaba en ellos, martillaba mi piel, me empustulaba. Pero hay algo dulce en cómo iza –lenguaje de chimeneas en invierno– la bandera negra de los duendes del fuego.

Vendrá al atardecer, con sus gastados pasos. Soy su casa, su único testigo: sólo yo veo envejecer su sombra y sus espejos.

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