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BRUJA

De la plácida estancia onírica
me arrebata un potente estruendo.
Es la caída del plasma en la tormenta
con un grito natural de agonía.
 
¡Un maldito trueno!
 
Bañado en pavor me despierto
o creo que me despierto.
Estoy sobre el filo de una cama
que no es mi cama
sino otra cosa
muy distinta...
Roja como los pétalos de la rosa,
más líquida que la esmaltada tinta,
más dura que la perenne roca,
más fría como la grisácea arcilla.
 
Y en el interregno de comprender
lo incomprensible que escapa de mi ser
que me avisa que es, de lleno, inentendible,
vislumbro, frente a mí,
a una sombra indistinguible.
 
Es tan alta que rasga el cielo falso.
Es tan honda que traga agujeros negros.
Sus ojos rojos como cualquier ocaso
y de dientes abiertos cual hojas de cedro.
 
Su piel son pliegues de la negrura.
Azabache sobre bruno, renegrido y más oscuro,
Tieso, ensombrecido, lóbrego y alto muro,
que, de las sombras, advenediza, augura
la tortura de la noche, la acción indecible,
la parálisis de Morfeo y el miedo impredecible.
Y aunque me retuerzo contumaz,
soy, más bien, un gusano tumefacto.
A merced de estruendoso deseo voraz
por consumir mi cuerpo en el acto.
 
Y la sombra se vuelve araña.
Y conforme trepa se hace cucaracha.
Y al respirar sobre mi faz se hace murciélago,
para convertirse, al fin, en asquerosa garrapata.
 
Su piel de petróleo hiede azufre
y quema en el aire un fuego azul.
¡Que alguien me salve!
Soy yo quien aquí sufre
en este cuarto convertido en ataúd.

Preferido o celebrado por...
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