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Palmeras

Altas, delgadas, bailarinas damas.
De cabelleras largas de cetrino
y verdemar. Que danzan al viento ígneo
y, en la plaza, ellas perviven lozanas.
 
Ni el sol ni el ritmo merman el sabor
de veloces caderas que estremecen
la ciudad perdida que se embellece
de eterno verano e idílico furor.
 
Condenadas a bailarnos por siempre,
con millares de nidos en sus piernas,
con vejez residente en sus caderas,
 
hasta llegar, del cielo, a sus simientes,
con la memoria perdida en las ferias
de un pueblo viejo de gente hartera.

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