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El rastro de tu feromona

Se que soy la yuxtaposición
de todos los adanes edénicos,
que vuelco el olor de Aron
entre mis sudores y almizcles
que marcan el territorio virgen de tu piel.
Pasará mucho tiempo hasta
que el rastro de mi huella
se diluya entre los baños
de jabones Protec y aceites de argán
para que tu piel vuelva a ser tuya.
He plantado mi falo
y mi semilla en tu boca acética.

Estuve en la antesala de tu cuerpo.
Los accesorios que llevabas,
corsé, un hilo libidinoso,
el tatuaje en tu vientre
y tus medias de hilos de seda
eran lo de menos.
 
Lo que realmente importaba
era el fuego de tu sangre
mezclada con el vino de mis besos
que en fogoneras llegaban
a tu vientre arqueándose
acompasadamente buscando
el tiro de gracia de Eros.
 
Tus manos suaves como paño
de seda iban y venían por
la geografía agreste de mi falo,
que amenazaba con explotar
en una sinfonía de placeres
no vividos con otras.
 
Era la magia de lo sentidos
potencializando nuestros cuerpos.
Era el sol y la luna
alineados en un eclipse
liberto de luces y sombras.
 
Primero el rubor de tus ojos
calculando el escenario
del cuarto de hotel.
Después tu timidez paseándose
por la cuadrícula de la cama.
No atinabas a temporizar tus movimientos.
Una suave melodía
de fondo nos acompañaba.
 
Tímida esperabas que hiciera
el primer movimiento,
que adelantara mis líneas,
que buscara tu flanco
y moviera tu risa o tu llanto.
El caos del deseo yéndose
de la manos tuyas y mías.
Tú un manojo de nervios
yo una saeta corriendo tras tu cintura.
 
Finalmente desnudos,
abrazados al tiempo,
al espacio donde los sonidos mueren,
donde se verbaliza el te quiero,
el te amo para luego chasquear
la furia de la dulce mordida,
de la lamida larga a tu sexo,
del beso tornillo, de mi lengua
paseando por las aureolas
de tus senos que se yerguen
como montañas voluptuosas
que tiemblan al vaho de mi respiración.
 
Siento que voy
derrumbando tus muros,
tus miedos, que paso de conquistado
a conquistador, que tengo el tridente
y tu el surco, que llevó la honda
y derribo a Goliat, que desató
los nudos gordianos
de tus represados deseos,
que conquisto tu largo clítoris
que se bifurca en ríos
de miel ahuecados
en tu profunda gruta.
 
Distendida, con el sueño de almohada
y tus piernas sueltas buscas
el próximo round. Mis manos sobre
tus muslos juegan con tu sexo.
Un olor a requesón y mar
sube despertando mi milenario
hambre de caverna
y hombre de ciudad.
 
Se que soy la yuxtaposición
de todos los adanes edénicos,
que vuelco el olor de Aron
entre mis sudores y almizcles
que marcan el territorio virgen de tu piel.
Pasará mucho tiempo hasta
que el rastro de mi huella
se diluya entre los baños
de jabones Protec y aceites de argán
para que tu piel vuelva a ser tuya.
He plantado mi falo
y mi semilla en tu boca acética.
 
La ciudad esta amodorrada,
los semáforos en intermitentes
cucullan la madrugada.
Mis manos entrelazadas a
las tuyas te aprietan suavemente.
Somos etéreos, caminamos sobre
el asfalto buscando el amanecer.
Vamos silenciosos. Mas allá te perderás
entre los saltos del día.
 
Habrá sido una experiencia singular,
mórbida con sabor a pan sin levadura,
sin ataduras, sin firmas de responsabilidad,
solamente por el prurito de amarse
y entregarse como hacemos siempre.
Llevó contadas las veces
que me devuelvo a ti
como perro amaestrado.
Sigo el rastro de tu feromona
y el resto es cuarto de hotel y cama.
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