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LA LLAMA DE LA DISCORDIA

El polvo del desierto rosáceo, ácido, quemante
corroe todo a su paso desde el mar de los Filisteos
hasta Damasco en el Líbano, la ruta sagrada
de los hijos del Dios de la guerra queque hoyan la paz.

Es la misma tierra desértica del cactus,
del higo, de la vid y del dátil el fruto sagrado que
florece llenando de colores y aroma
el desierto arenoso y salado volviéndolo florido.

 
La algarabía estaba terminando
la mítica fiesta de las Pascuas había ungido
que miles se soslayaran en la vorágine
de una fiesta sin fin para muchos
 
Para otros era el comienzo de una larga pesadilla
el asalto de Hamas a Israel, trastocó la alegría
y pondría punto final a una sistemática seguridad
que se creía inviolable para muchos.
 
El asalto a los Kibutz israelitas un acto de barbarie
y genocidio alimentado por el odio a los judíos
y por la opresión política y colonialista
del pueblo israelí se saldaba con más de un millar de muertes.
 
Solo sería el inició porque el verdadero horror
estaba por llegar a los gazaties curados por el espanto,
curados por el horror de la guerra no de ahora
sino de miles de años que los persigue como perro rabioso.
 
Son miles de generaciones que no conocen la paz
Y están allí para santificar la guerra y la muerte
por un dilema que viene de antaño y que debió
haber sido zanjado por el Dios que los creó.
 
La llama de la discordia de árabes y judíos
se remonta a los tiempos bíblicos cuando
el patriarca Abraham tomó como sustituta
de su esposa Sara, a su esclava Lea.
 
Los hijos de estas dos mujeres dieron hijos
que serían en el futuro los iniciadores
de una guerra dinástica que regaría de sangre
la tierra prometida y sería la causa mayor.
 
El polvo del desierto rosáceo, ácido, quemante
corroe todo a su paso desde el mar de los Filisteos
hasta Damasco en el Líbano, la ruta sagrada
de los hijos del Dios de la guerra que hoyan la paz.
 
Es la misma tierra desértica del cactus,
del higo, de la vid y del dátil el fruto sagrado que
florece llenando de colores y aroma
el desierto arenoso y salado volviéndolo florido.
 
Israel, el pueblo a quien Dios escogió, por ser
descendientes de Abraham y Sara a ellos prometió
llegarían a ser millares, tantos como estrellas en el cielo
y se multiplicaron como las arenas con el regocijo de sus mujeres.
 
Errantes echados de todos lados fueron acusados
del crimen del libertador, el mesías.
Esa muerte sería su mayor estigma, la diáspora
de sus malditos días hasta el fin de los tiempos señalados.
 
Hoy Israel es un pueblo temido y admirado
por su resiliencia a extraer vino de los hangares de piedra
y por su descomunal ejército que enlista
contra sus medios hermanos de sangre árabe.
 
Luego del ataque de Hamas a su orgullo
y a su rebeldía a reconocer que, así como
Abraham amó a Sara y Lea y procreó las dos dinastías
la semítica y la filistea ellos bien pudieran amarse.
 
Hoy los cantos y vientos de guerra apabullan
el corazón de miles de judíos y palestinos.
Los muertos por la venganza de los judíos muertos
suman millones, quizás más que todas las muertes.
 
Si todas las muertes, esas muertes innecesarias,
esas muertes que no debieron ser pero que están allí.
Inconclusas vidas de niños, mujeres, jóvenes,
hombres a los que el amor aun no los ha visitado.
 
Si todas muertes. Ahora tienen un número,
que no es un número imaginario. No sé, podría
ser el número mágico de rescatistas espirituales
los ciento cuarenta y cuatro mil. Esas también son muertes.
 
Alguien debe decirle a Caín, que Abel ha sido resucitado.
Que ya no está entre los muertos. Que Abel tomó
la ciudadanía palestina y que la primogenitura de Israel,
ya no es más; que ahora Abel vivirá en los y no palestinos.
 
Ahora es el tiempo del plañir, muchos están llorando
a sus miles de muertos, no hay cantidad razonable
pueden ser un millar, diez mil o diez millares
es tonto predecir cuando la muerte es la que pone su número.
 
Entre tanto el horror se cuela en todos lados.
No es creíble que asesinemos a los nuestros con nuestro silencio,
que callemos ante la angustia de las madres y los niños,
los que están siendo masacrados por la pólvora.
La guerra viene hermanada con el hambre, el frio y la desolación
¿Quién dará cobijo al herido y hambriento?
Las manos y rostros de los rasgados por el filo de la espada
claman piedad y misericordia sin que su voz se escuche.
 
¿Escucharan las naciones su clamor? Israel no muestra piedad.
Olvida su holocausto y su largo trajinar por el desierto.
Cree ser el elegido del altísimo aun cuando Dios, retiró su corona.
Los tiempos de los reyes son cosas del pasado.
 
A lo lejos se encienden unas luces que atraviesan veloces
el cielo cobrizo. Se ve llegar a los cohetes, Gaza es bombardeada.
Su suelo se levanta junto con cuerpos que quedan
mutilados, calcinados. Es el día innúmero de la guerra que no tiene prisa.
 
Las ambulancias ululan no hay donde ir
La cura para el dolor es solo la muerte
El temor a Jehová, el Dios al que invocan para la guerra
Los ha abandonado. Su reino no es de este mundo.

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