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ANOTACIONES PARA UNA PROFESIÓN DE FE REFERIDA A LA DIVINIDAD Y A LA OBSERVANCIA DE UN ORDEN EN LAS PRESENCIAS UNIVERSALES

[Ponencia de Leopoldo Minaya presentada el 3 de abril de 2022 en la reunión mensual del movimiento literario Interiorismo.]

Leopoldo Minaya:—Mis palabras van a estar caracterizadas por la sencillez y por la humildad, sin pretender que los conceptos encerrados en ellas sean absolutos o necesiten imponerse a ninguno de ustedes. Las presentaré más bien como testimonio de las convicciones que me he ido forjando al través del vivir y de la práctica de la poiesis. Además (bien lo saben ustedes), en el Interiorismo se enfatiza la idea de poesía como punto de contacto con la sabiduría, como forma de conocimiento. No quiero ser inmodesto: esto podría ser verdad incuestionable en los demás poetas del Interiorismo, pero en mi rezagado caso personal se trata solo de recatado intento... Tengo a veces la sospecha de que la búsqueda de la sabiduría podría por alguna vez revestir forma de herradura, y así, partiéndose de la ignorancia y yéndose hacia la sabiduría, al recorrerse el trayecto completo..., retornamos a terreno de la ignorancia, o al menos a una situación equidistante o paralela.

  «En una informal conversación previa con la poeta Ofelia Berrido, le dije lo siguiente: “Tengo este trabajo; no sé la impresión que va a causar en el cenáculo interiorista; para nada es un trabajo de orden intelectual; no tiene pretensión de serlo”. Caución escrupulosa o justificación apriorística. Ella me corrigió, me dijo: “Sí, es intelectual, pero podría no ser científico”, con lo que estuve de acuerdo, en la inteligencia de que se refería al sentido constrictivo del concepto ‘ciencia’, que responde a riguroso método predeterminado y no a criterios laxos que permiten designar como tal a otras disciplinas teóricas como, por ejemplo, la sociología, las leyes, la teología...

  «Como son cuestiones subjetivas y metafísicas las que aquí se plantean, no quise estar totalmente solo; quise apoyarme en la opinión de otro maestro y de otro autor. Ese maestro es don Bruno Rosario Candelier y, por lo dicho, he tomado a préstamo una cita de su libro La sabiduría sagrada:

“Hay verdades profundas, percibidas por la inteligencia intuitiva, son nuestras verdades de vida o verdades derivadas de una experiencia vivencial, metafísica o mística; hay verdades trascendentes reveladas por una voz superior, son verdades universales, con valor en cualquier lengua y cultura, se trata de la sabiduría espiritual del Universo, a la que acceden los grandes poetas, los iluminados y los místicos, cuyo torrente imaginativo y espiritual revela verdades profundas mediante imágenes y símbolos arquetípicos”.

  «...Y la expresión feliz que quise agregar al preámbulo, del escritor guatemalteco Luis Pedro Villagrán, dice:

“No perdonen al teólogo cuando calle, ni al místico cuando diga. Pero sean misericordiosos con ellos cuando pequen de poesía, porque la comunicación con Dios, como ente superior, siempre ha significado exponer lo más entrañable del ser humano e indagar en posibles respuestas”.

  «Dicho todo esto, paso ahora, entonces, a enunciar mis verdades, que, como pueden ver, las reúno bajo un título que contiene la frase
“profesión de fe”, de manera que, en todo caso, se trata de un conjunto de verdades que acepto las vean ustedes como particulares, aunque para mí sean íntimamente absolutas y de validez general:

  «[Sección 1]

  «El mundo en que nos desenvolvemos, irrefragablemente, está regido por la Divinidad.

  «Ninguna cualidad humana, salvo la sandez y sus derivativos, osaría dudar o negar la existencia de la Divinidad.

  «La Divinidad constituye y sostiene el universo; al constituirlo, lo crea.

  «Hay un solo universo. Ese universo conforma y es conformado por la Divinidad. Las especulaciones sobre universos alternativos deben ser entendidas como presunciones formularias para expandir el concepto humanamente limitado que hasta un presente dado tenemos sobre el cosmos. Esto así, porque esa Realidad no gira en torno a nosotros ni se somete a nuestras limitaciones como entidades vivientes.

  «Ha dicho el poeta: Universo: un verso.    Universos paralelos, opuestos o alternativos no presuponen una modificación del concepto de Totalidad.

  «La Divinidad es perceptible para todos los seres vivientes; perceptible, aunque no cognoscible ni cuantificable.

  «Desborda Dios los continentes imaginables, aunque podemos delimitarlo de manera abstracta solo para hacernos una idea humana de Él.

  «¿Qué tanto es Dios? A Dios se cuantifica en abstracción finita cuando lo equiparamos a lo infinito. Es una salida paradojal; pero, ciertamente, la paradoja es el atributo esencial de Dios y de cuanto lo constituye, o lo que es lo mismo decir: de lo creado. Dios es equis tal que equis sea a la vez parte y Totalidad en expansión permanente [D={X/X=p(T)p(T)p(T)...}]. Por tanto, Dios es inabarcable; por tanto, Dios es incuantificable; por tanto, Dios es eterno.

  «Todo ente se forja con los recursos para aprehender sin esfuerzo su pertenencia a la Divinidad y para intuir su propia existencia individual porque al tropezarse ambas realidades, Totalidad e individualidad, la una es fehaciente prueba de la otra.

  «Para percibir a Dios nos bastan los sentidos ordinarios, aunque para ahondar en Él necesitemos sentidos interiores.

  «La convicción del acto de pensar como evidencia y certeza absoluta de existencia individual—que postulara Descartes—; esa convicción del acto de pensar como evidencia y autopersuasión absoluta de existencia individual... no resulta un razonar más convincente que echar una mirada al pasto, aspirar el perfume de la flor o adelantar una pierna para indicar la marcha. Si nos engañan los sentidos ordinarios, ¿por qué no nos podrían engañar el pensamiento o el razonamiento? El sentir que palpamos una superficie lisa o rugosa, nos puede, por hipótesis, conducir sin distinción al mismo acierto o al mismo error que el pensar que pensamos. La comprobación hipotética de que intuimos una verdad o la comprobación hipotética de lo que percibimos como error, se encuentran igualadas en rango en cuanto pretensiones ya de afirmación, ya de negación. Una verdad filosófica no es verdad ontológica cuando simplemente nos deja caer en brazos de una belleza tangencial o de un oficioso hacer intelectual que más bien prefigura una premisa o cipo convencional.

  «Puedo concluir que existo porque miro en la misma medida en que puedo concluir que existo porque creo mirar, y porque me convenzo de que me esclarezco o me engaño con lo que miro o con lo que creo mirar, porque hasta mi propio engaño, si efectivamente me engañara, y hasta mi propia clareza, si efectivamente me esclareciera, son pruebas igualitarias de mi existencia en cuanto referentes para la justificación de una persuasión particular. Si soy, con la complejidad que soy, existe una Divinidad, porque me reconozco como no hecho o formado por mí mismo ni por mi voluntad. Eso, todo lo que no soy, junto a esto, lo poco o mucho que soy, constituye la Divinidad. Pero me resulta claro que la Divinidad es y no es, necesariamente, la Divinidad que postulan las religiones y los hombres; que la Divinidad es y no es lo que con agudeza confirmara Spinoza en esa apreciación mejorada de las religiones y las filosofías en cuanto disyuntiva asimiladora de la naturaleza nuda, porque esta sabiduría que le fue revelada a Spinoza no resulta totalmente suficiente en virtud de la cualidad inabarcable e inaprensible de Dios, por la sustanciación de la paradoja como privativa esencialidad divina,  y por la condición metafórica de las definiciones de Dios como consecuencia de su carácter inefable debido tanto a su magnificencia absoluta como a las limitaciones e imprecisiones del burdo—aunque hermoso—lenguaje mortal.  No obstante, asumir la convicción de Spinoza y vivir de tal manera proporciona al profesante goce espiritual y sentimiento de participación y de comunión con lo divino, pues a cada instante que transcurre queda la Divinidad, ineludiblemente, en el regazo de la Divinidad. Cuando paseamos por las laderas, nos conducimos por un pliegue de la Divinidad, nos sentimos inmersos en Ella; la absorbemos y exudamos; eso produce gran goce y júbilo interior.

  «Mas, para nosotros y por nosotros, valga recordar las palabras del poeta:

Dios es Dios. Él desborda las doctrinas
y los dogmas de fe, y toda idea
referida a su Él nada lo engloba,
lo comprende o designa: es solo idea.

Dios es más: Él es Él, transparentado,
substanciado en su Yo, y en la natura
simbolizado. ¡Oh fe de religiones,
ofreces solo muestras de culturas

humanas, con sus libros y aprensiones
(adorados, hurgados, magullados)
al fluir de las “civilizaciones”!

La Verdad se desgaja: Es todo credo,
—más allá de liturgias y sermones—
parejamente falso y verdadero.

  «Finalmente, para este apartado: dijimos que la paradoja es el atributo esencial privativo de Dios y de cuanto lo constituye, o lo que es lo mismo decir: de todo lo creado. Huelga aclarar que la paradoja no es cerrada contradicción: es contradicción aparente, contradicción que no encierra contradicción. Esta sabiduría le fue revelada a Heráclito, cuando los contradictores se anulan para continuar siendo, y esta sabiduría le fue revelada a Hegel cuando los opuestos se sintetizan para hacer avanzar la Realidad. Estas llamadas “dialécticas”, la de Heráclito y la de Hegel, se contradicen y confirman simultáneamente, tienen a su vez una relación paradojal, por lo que la clave del mundo más exactamente que la dialéctica es la Paradoja, con mayúscula. La Paradoja es el secreto sostenedor del universo y es la evidencia de la existencia de Dios. Ella, la Paradoja, he dicho alguna vez, personifica al número Pi [= 3.14159265358979323846...], cambiante símbolo fijo, constante que varía infinitamente. Todo cuando existe en el interior-exterior de la Divinidad debe su ser a la Paradoja, primera desmembración del substrato divino para la composición y la determinación de los fines últimos de la Creación.

  «Toda sabiduría es revelada, incluso la sabiduría de la ciencia, esta revela a Dios a los hombres porque Dios accede a revelarse a los hombres y a las demás entidades. Los hombres la revelan a los hombres, la sabiduría, como la revelaron a sus semejantes Heráclito, Platón, Hegel, Kant y los maestros, porque a su vez les fue revelada. A veces el hombre se la revela a sí mismo, la sabiduría, como manera de verificarse una revelación indirecta de la Divinidad, en la medida en que esta exija del hombre esfuerzo y deseo por obtenerla y alcanzarla.

«[Sección 2]

 «La Divinidad nos constituye y nos excede. Somos divinidad por defecto y en defecto. Somos, sí, pero somos meros fragmentos de la Divinidad expandida; por tanto, ella es entidad superior a nosotros en ordenamiento, poder y jerarquía.

  «Es esta una jerarquía espiritual de las presencias universales, y son estas, como he podido intuirlas, o al menos como creo que pude intuirlas, las presencias universales y su jerarquía, que se establece esta última en función de los atributos de la Justedad y la Compasión».

[[Aquí se verifica un primer entreacto dialógico:

Leopoldo Minaya:—Cuando produje este modesto trabajo, no había madurado este cariz de la idea, pero anoche reflexionaba en torno a este aspecto de la «Compasión»:  Se me ocurrió que, en ella, en la compasión, estaba comprendida la noción del amor.  Veamos tres vocablos que denotan una unidad intrínseca; son, por lo demás, sinónimas o cuasi sinónimas esas palabras: la compasión, la misericordia y la piedad. Son como un triángulo equilátero: la piedad, la misericordia y la compasión. Pensaba que el amor, posiblemente, sea compasión, porque...

—BRC: ¿Es el orden piedad, compasión y misericordia? ¿Tú dijiste piedad, misericordia y compasión?

Leopoldo Minaya:—Es un triángulo y, como tal, puede girar... Para ilustrar la modalidad de giro, habrá de imaginarse un eje perpendicular a la línea de altura del triángulo que traspase dicha línea exactamente en su punto medio.

—BRC. Pero yo digo, en términos de consecuencia, mejor es: piedad, compasión y misericordia. Misericordia es el efecto de la compasión, y la compasión es producto de la piedad.

—Leopoldo Minaya: Sí. Mire, hay una vinculación paradójica entre estos tres elementos: a veces son equivalentes y a veces no lo son. A veces se distancian y a veces se unen.

—BRC: Cierto.

—Leopoldo Minaya: Entonces, sí; la piedad podría desmembrarse en compasión y en misericordia. Actúa la misericordia cuando el espíritu se encuentra caído o en desgracia, se encuentra en la miseria, y entonces actúa esa... conmiseración (término que igualmente podría ser válido), es decir, esa empatía con la miseria del otro o del yo. Y cuando hay compasión... Veo que el amor está incluido dentro de la compasión, que el amor es una forma de compasión:  compartir una pasión...

—BRC: Ese es el significado, lo que tú acabas decir.

—Luis Quedada: Pero tú nos has instruido. Repite lo que tú dijiste de la misericordia.

—Leopoldo Minaya: ¿Tú crees que lo podría repetir exactamente?

—Luis Quedada: No; pero dijiste, al decir «misericordia»: miseri-cordis, «cordis» es ‘corazón’ y «miseri», ‘miseria’: ‘un corazón que se compadece de la miseria, que se duele’. Ese es el fondo último de la misericordia: un corazón que se compadece de la miseria. O sea, tú lo dijiste de una forma intuitiva, realmente.

—Leopoldo Minaya: Así es; y voy a continuar con un punto delicado, pero que, repito, lo presento cual percepción individual. Es la jerarquía espiritual de las presencias universales; y son estas, como las he intuido, o al menos como creo que las he intuido, las presencias universales y su jerarquía, que se establece, esta última, en función de los atributos de la Justedad y...

—BRC: Perdóname, Leopoldo, no debería ser «intuido» la palabra. Las presencias universales no se intuyen, se reciben, porque son producto de una revelación, no de una intuición. Es decir, tú tienes acceso a las presencias universales en virtud de una revelación y la revelación se te da desde fuera. En cambio, la intuición es un conocimiento que se adquiere desde adentro de la conciencia. Entonces, por eso, te sugiero que no uses la palabra intuición, sino revelación.

—Leopoldo Minaya: Gracias, don Bruno, por la observación. Realmente, no he querido parecer pedante o presumido ante ustedes. Las palabras las he cambiado aquí y ahora, sobre la marcha de esta lectura que realizo.  Mire cómo originalmente la frase ha sido no dicha, sino escrita...

—Ofelia Berrido: Pero también, don Bruno, hay una cosa. Digamos, yo tuve una época en mi vida en que dudaba totalmente de la existencia de Dios [y por] unos ejemplos que venían Del océano de la teosofía, de todo ese libro... no tenía ninguna revelación, podía intuir que existía...

—BRC: A intuir. Sí, eso es válido.

—Ofelia Berrido: Y... a partir de eso... fue que yo entendí la existencia de Dios, de la cual siempre dudé.

—BRC: Sí, pero lo que tú estás diciendo es otra cosa, no lo que dijo él.

—Ofelia Berrido: Pero es la intuición.

—BRC: Tú has dicho algo correcto, pero diferente. Lo que tú has dicho es un concepto diferente del concepto que Leopoldo ha manifestado. Es válido lo que tú has dicho, pero es diferente.

—Ofelia Berrido: Yo lo veo igual que él (que Leopoldo), por experiencia personal.

—Leopoldo Minaya: En verdad yo no lo veo igual que yo: la mía fue una salida o lectura de ocasión para no parecer presumido ante ustedes. Yo estoy de acuerdo con lo que Bruno dijo en lo que respecta a que la palabra a emplearse en ese punto es ‘revelación’ y no ‘intuición’. No es como lo dije; es como Bruno lo dijo, porque como Bruno lo dijo es como lo tengo escrito realmente en el papel. ¿Queréis ver?  ...Simplemente no quise decir que me revelaron cosas, porque eso podría parecer pedante y pretensioso.

—BRC: Si eso viene de la realidad, no debe ser pedante nunca.

—Leopoldo Minaya: Yo le voy a pedir al hermano fraile aquí presente que lea el parrafillo en cuestión, si está dentro de sus posibilidades. Cambié la expresión sobre la marcha, pero originalmente estuvo escrita como leerá el fraile.

—El fraile (lee): «Y son estas como me fueron reveladas, o al menos como creo que me fueron reveladas las presencias universales y su jerarquía, que se establece esta última en función de los atributos de la Justedad—“con mayúscula Justedad”—y la Compasión—“también con mayúscula”—».

—BRC: Perfecto, la palabra perfecta la usaste.

—Leopoldo Minaya: Exacto. Yo escribí como lo dijo Bruno; pero temí caer en afectación y que se pudiese colegir que vine acá a creerme nadie superior. Por eso cambié adrede la expresión, para morigerar su efecto en los oyentes.

—Ofelia Berrido: Yo no creo que tú estás creyendo que eres superior, todo lo contario.  En ti intuyo lo que dijo Luis ayer, que tú eras muy así...]]

  Leopoldo Minaya (reasumiendo la ponencia escrita):—Entonces, son estas las presencias universales y su jerarquía, que se establece esta última en función de los atributos de la Justedad y la Compasión:

«1.- La Divinidad (estoy enunciado una jerarquía, un orden);

«2.- La Ley divina;
«3.- Las entidades puras, es decir los arquetipos (podría este estamento interpretarse como los ‘ángeles’, quien quiera interpretarlo así);

«4- Las almas que ascienden a la ululación del Canto y a la contemplación de las divinas Formas;

«5.- El reino mineral;

«6.- El reino vegetal;

«7.- Los profetas;

«8.- Los poetas iluminados;

«9.- Los sacerdotes;

«10.-Los hombres sensibles y piadosos;

«11.-Los hombres en su estado natural;

«12.-Los animales mansos e inofensivos;

«13.-Las formas de vida microscópicas e infinitesimales;

«14.-Las fieras y los animales agresivos y ponzoñosos; y

«15.-Los hombres degenerados por el vicio, el egoísmo, el mal, la violencia y la voluntad de dominio».

[[Aquí se verifica un segundo entreacto dialógico:

—BRC: No entendí por qué tú pones la Ley como parte de las presencias, cuando hablaste de la ley divina. ¿Por qué la Ley?; porque todos los otros tienen una manifestación concreta, pero la Ley, que es un orden, eso no tiene una manifestación concreta, es decir, sensible. ¿Entendiste por qué mi duda?

—Leopoldo Minaya: Sí, pero eso es una interpretación subjetiva. Es válido que usted no lo interprete así y es válido que yo lo interprete así.

—BRC: Te hago una segunda sugerencia: tú dijiste «los hombres sensibles y piadosos»; basta con que pongas piadosos, porque todos los hombres son sensibles. O sea, tú estás haciendo como una subcategoría de los hombres sensibles, pero todos los hombres son sensibles; ahora, todos los hombres nos son piadosos. Yo le quitaría la palabra «sensible». Pero está perfecto todo lo que tú has dicho.

—Keila González: Don Bruno, una pregunta: ¿Todos los hombres son sensibles o tienen la capacidad de ser sensibles?

—BRC: Son sensibles, y son sensibles porque tienen la capacidad. Todo ser viviente tiene sensibilidad, todo: hombres y cosas.

—Público (M): ¿Y no será «sensibles» como sinónimo de ‘compasivos’? Yo pienso que sería un sinónimo.

—BRC: Sí; por eso es que digo «piadoso». Basta con que diga «piadoso». El piadoso ya es compasivo. Pero, bueno, te respeto.

—Leopoldo Minaya: Bien. Estamos en presencia de un concepto retórico, y en la retórica tenemos la sinonimia como figura de dicción y, entonces, puede esa designación nominativa dejarse pasar como un caso estilístico de sinonimia, aunque no dejo de entender la inquietud de don Bruno. ¿Saben qué pasa? Que estamos inmersos en el misterio de las palabras. Habló Ofelia de que leyó el libro del sofista que justificaba con palabras en la primera mitad del texto por qué existía el libre albedrío,  y luego, en la otra mitad del libro, te demostraba convincentemente con palabras todo lo contrario, y sin embargo... citaré y  parafrasearé por razones eufemísticas un verso de un poeta hispanoamericano: «La palabra puede ser o no ser una doncella, según quien la consuma».

—Luis Quezada: Pero un argumento teológico, a favor tuyo y no a favor de Bruno, acerca de lo que dijo hace poco, cuando él expresaba que la Ley divina no es una entidad: en teología «la Ley» es lo mismo que ‘la Palabra’; en hebreo, ‘Palabra’ es Rabat. Pero resulta que «la Palabra» es ‘una Persona’: Jesús. Toda la Palabra es Jesús, y al ser una persona, por tanto, tiene una entidad personificada: la Palabra, que es Jesús. Toda la Palabra es Jesús. ¿Tú entendiste?

—Leopoldo Minaya: Perfectamente.

—BRC: Y todo el «Cosmos» es también ‘Palabra’.

—Luis Quezada: Cien por ciento.

—Leopoldo Minaya: Me cumple agregar que todo en el universo es espíritu, aun lo que denominamos materia; materia es espíritu corporizado.  Como todo el universo es espíritu, todo el universo es vida, formas bullentes y diferenciadas de vida. Desde esta perspectiva totalizante se amplía la noción ordinaria o científica de vida hasta una noción cosmológica. El mismo don Bruno ha dicho hace poco: «Todo ser viviente tiene sensibilidad; todo, hombres y cosas», de lo que infiere quien piense que todo es una misma cosa. En sus ensayos se refiere inacabablemente a la expresión «lo viviente», que capto personalmente en su significación extendida y globalizante. Si golpeas la piedra suficientemente, se rompe; el metal es maleable; tienen su sensibilidad. El poeta ha querido hacerlo notar suficientemente cuando utiliza la hipérbole para enfatizar el carácter sensible y vital del mineral (el mismo que se deja absorber para transformarse en ente vegetal o animal); y si se dice de manera hiperbólica es porque se trata de una manifestación artística, en la que el artista quiere que el concepto a enseñar no pase inadvertido, y por eso agranda el hecho, y al hacer sollozar la piedra lo exagera en su dimensión, aunque no en su veracidad; se trata de una verdad revelada a través del arte. Veamos, y veamos el texto completo para que pueda notarse cómo se juega también con la idea de que espíritu y materia son una misma entidad oscilante, y que todo el Universo es una sola y misma cosa:

Espíritu:
materia que se borra.

Espíritu:
materia
que se crea.

Constante materia
creándose y negándose.

Inconstante materia
sabiéndose constante.

(Quien le negó a la piedra
su aliento espiritual,
quien ordenó los mundos
que encontró
ya ordenados,
echó la piedra al mar
y –sordo– no escuchaba
su más triste sollozo...)

Soy.
    Estoy.
Vengo.
    Voy.
¿No me ves?
         Soy
la piedra que va al fondo.

Desciendo.
Mi sino: el otro extremo.
¿No me ves? Soy
la piedra que va al fondo.

La piedra
cae al río, cae
desde el espacio abierto;
cae la piedra,
se hunde con su espíritu;
juntos caen.

Cae la piedra
y el viento la desvía.
Cae la piedra
y el agua la resiste.
Cae la piedra
y el fondo la confunde.
Cae la piedra hasta el fondo que la forma.
Cae la piedra en la forma en que fondea.

La piedra funda el río y lo desborda,
la piedra funda al río y lo sostiene:
piedra filosofal eres tú mismo.

Espíritu en la piedra.

Se burla del absurdo continente,
traspasa las barreras, los dominios,
sobrenada la nada y la supera...

Así lo señalaron los designios,
así lo demandó la Ubicuidad. ]]

—Leopoldo Minaya (retomando la exposición): Bien. Ahora voy a recapitular en algunas de esas entidades, de esas presencias universales, no en todas porque haría la exposición muy extensa; en algunas doy una explicación lacónica, denotando que se bastan a ellas mismas. La Divinidad es la Divinidad. Ponerme a explicar aquí lo que es la Divinidad es pérdida de tiempo, porque la Divinidad es la Divinidad. Las entidades puras son las entidades puras, es decir, los arquetipos que envían irradiaciones a sus respectivos tipos, lo que confirma lo que nomina don Bruno en sus teorizaciones como maestro del Interiorismo (Interiorismo como estética y como filosofía), «irradiaciones cósmicas» y «efluvios estelares». Entre esas irradiaciones cósmicas y efluvios estelares (que provienen de la Divinidad, entidad suprema) también hay una irradiación particular que cada arquetipo envía a su tipo, a su copia: el arquetipo del profeta envía irradiaciones a los profetas, especificas; y el arquetipo del poeta al poeta, ¡que no son todos los poetas!; hago constar: me referí a los poetas iluminados, es decir, a los poetas que cultivan la mística.

[[Aquí se verifica un tercer entreacto dialógico:

—BRC: ¿Tú incluiste a los santos?

—Leopoldo Minaya: No en la concepción estrictamente eclesial.  Pero aquí hay un apartado que dice: las almas que ascienden a la ululación del canto y a la contemplación de las formas divinas. No puedo negar ni dudar de la santidad como condición, una vez leído este apartado, lo que tal vez podría debatirse es qué o quién santifica a las almas, cuestión en la que tal vez no llevemos interés en ventilar aquí ahora.

  «La vida terrenal, dentro de mi entender, tiene un objetivo, una finalidad. La existencia del bien en todo el Universo, y del mal y del libre albedrío en solo una parte del Universo, los tres como piezas de un engranaje referencial, nos conduce a considerar que, indefectiblemente, existe, necesariamente debe existir, una vida ultraterrena para los hombres como compensación por las decisiones que tomamos (que, por lo demás, no estoy siendo tan original, porque ustedes saben que el cristianismo y otras religiones propone eso o casi eso con otras palabras...)
  «Entonces, vamos a ese lugar según el coeficiente de verdad y bondad obtenido en razón de nuestras acciones, y la recompensa es observar, contemplar, in aeternum, ora cercanamente, ora alejadamente, el rostro y las formas de la Divinidad, lo que producirá en nosotros una ululación o un canto más o menos intenso, con mayor o menor fruición, con goce más vivo o apagado. Saben que la Poesía es canto, y cuando estemos en ese orbe en presencia de la Divinidad, la contemplación de la belleza de las Formas divinas nos hará cantar, y ese canto va a ser una ululación más o menos intensa en función de la dimensión de nuestro goce sentido en proporción y razón de nuestras actuaciones en nuestras vidas ordinarias. Imaginen ustedes, digamos, la cigarra, cómo estridula en un árbol: está vibrando completamente, y de tanto vibrar, a veces, revienta. Entonces, es una vibración o una ululación de esa manera, pero en euritmia divinal. Porque está escrito en las palabras del poeta:

                  “...porque la bondad y la maldad son las galgas de medir...”

  «Hay arquetipos para el poeta, para el profeta, para el sacerdote y para todo otro elemento colocado por debajo de la Ley Divina. Dios es el arquetipo de la Ley Divina, que es la única entidad hecha a su total imagen y semejanza. Dios está colocado por encima de los arquetipos en este orden, por tanto: no necesita arquetipo; es el Arquetipo del arquetipo de los arquetipos, por ende, es Arquetipo de Sí mismo. Los arquetipos ejercen irradiaciones sobre los tipos o copias para perfeccionarlos y atraerlos hacia sí, como si se tratase de una fuerza de gravitación o de atracción de masas y, consiguientemente, elevarlos en proceso ascensional hacia la Divinidad, porque todo tiende a la Divinidad, salvo el mal generado por el albedrío, que no pertenece a Dios sin dejar de pertenecer a Dios en la consumación de su Paradoja fundacional.  El ascenso de los seres inferiores se logra a través del sabio ejercicio de la facultad del libre albedrío o por medio de la misericordia, de la Misericordia divina, en todo caso.

  «La Ley divina es el ordenamiento del Cosmos. ¿Y cuál es el orden del Cosmos? La Justedad, con sus tres facetas cardinales actuando como desmembraciones: la Verdad, la Belleza y la Bondad, o lo que es lo mismo: lo Verdadero, lo Bello y lo Bueno, categorías que ya han sido reveladas a los hombres desde la antigüedad y conforman postulados estéticos y filosóficos. Esta Ley u orden del Cosmos se haya intervenida o regulada por una excepción, la gracia divina de la Compasión (como dije), es decir, de la Misericordia. Las almas que ascienden a la ululación invariable del canto y a la contemplación de las divinas Formas fueron formas de vida que, por mérito y uso considerado del libre albedrío, se hicieron gratos a los ojos de la Divinidad, alcanzaron la trascendencia y ululan y contemplan las Formas divinas en goce eternal en la proporción y medida de sus escogencias y del promedio valorativo del accionar de su albedrío y de su voluntad».

—Ofelia Berrido: Explica la connotación que tú le das a la «ululación».

—Leopoldo Minaya: Ya lo dije: la estridulación de la cigarra, ¡rrrrrrrrr!, pero ese canto nos parece ruidoso. Hablo de un Canto armonioso frente a la presencia de Dios, en disfrute intenso, sumamente intenso, tan intenso como lo permita la proporción o el índice de las actuaciones en la vida ordinaria. Los hombres no son perfectos y buenos; hay un promedio de bondad y perfección en función de nuestras decisiones que nos situará más cerca o más lejos de la Divinidad, y más intenso o más tenue será nuestro canto en correspondencia; el canto se producirá solamente por observar las Formas divinas, esa Belleza indecible, inefable. Todo esto parece mera especulación, pero es la misma o parecida o aproximada representación de lo que profesan el cristianismo y otras concepciones religiosas.

—BRC: No, nada de especulación; no parece especulación. Todo lo que tú estás diciendo es realidad.

—Leopoldo Minaya: ¡Ah, don Bruno! ¿De verdad?

—BRC: Sí, es realidad, nada de especulación. La especulación es algo ficticio, fabulador, inventado. Tú no has dicho nada inventado ni nada fabulado ni nada imaginado. Lo que tú estás revelando son verdades profundas, de alta sabiduría, sabiduría sagrada, lo que tú estás revelando... Esta ponencia tuya es una expresión de una iluminación divina, ¿oíste? Lo que tú no has escrito es lo que tú has dicho, por suerte se está grabando. Pide que te la manden la grabación para que la reescribas y luego publícala.

—Ofelia Berrido: Él la tiene escrita.

—Keila González: Si, porque hay comentarios adicionales...

—Ofelia Berrido: Mira, ahí yo creo que pudiéramos también irnos a lo que es el árbol de la cábala, donde va pasando eso que él dice, donde tú te vas elevando y te vas elevando, te vas acercando a la corona, o sea que te vas acercando a la Divinidad...

—BRC: Pero lo hermoso de esto es que él lo está diciendo tal como él lo percibe. Él, por ejemplo, él no está repitiendo lo que dice la cábala ni lo que dice el budismo ni lo que dice el cristianismo, sino que él está dando un testimonio de una vivencia espiritual que él ha tenido frente a esas manifestaciones, digamos, estelares del universo, a esas irradiaciones cósmicas, cuyo punto primordial es la Divinidad.

—Ofelia Berrido: Y donde él le ha puesto hasta nombre.

—BRC: Claro, esto es hermoso. Esta ponencia tuya, óyeme, es única.

—Ofelia Berrido: Bellísima.

—Leopoldo Minaya: Gracias.

—Miguel Ángel Durán: Hay un estudio (yéndonos ya a lo científico, a propósito de esos sonidos) donde ese grupo de grillos que escuchamos se baja de intensidad para ser mejor percibidos por el oído humano (se trata de bajarlos en intensidad por equipos electrónicos, después de haber sido grabados con intensidad), y cuando les bajan la intensidad es semejante a un canto angelical...

—Leopoldo Minaya: ¡Qué belleza!

—Miguel ángel Durán: Te voy a enviar ese estudio que conforma la idea, que tú, sin querer, tocaste, pero que la ciencia también lo ha tocado.

—Leopoldo Minaya: Por favor, te lo agradecería mucho.

—Miguel Ángel Durán: Es más agradable cuando lo hacemos más humano, porque vamos a decir... o es como si dijésemos: Los grillos están cantando, pero no para los humanos.

—Leopoldo Minaya: ¡Exacto! Están celebrando la Divinidad, el esplendor de la naturaleza.

—BRC: Como los gallos al amanecer, que cantan al Creador, la existencia del ser... y de contemplar lo viviente.

—Ofelia Berrido: Porque se dice que la naturaleza vibra el Do (de Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si). La naturaleza, sin la participación del ser humano, vibra en Do.

—Leopoldo Minaya: Bien. La orden del profeta se alimenta de su arquetipo, es una hermandad reservada para los escogidos por la Divinidad para hablar en su nombre al resto de los mortales, a los minerales, a los animales y a las plantas; los cubre el manto de la Divinidad porque ella los envía. La del poeta iluminado es una función derivada de su arquetipo, que la modela; acceden a este orden los hombres al través de la búsqueda de la sabiduría por medio del estudio del Cosmos, del canto y de la contemplación. Cuando Newton postuló la ley de que las cuerpos se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias [F=(Gmm)/r: Ley de gravitación universal], estaba trascendiendo la condición ordinaria del hombre; como lo hizo Einstein al postular los límites de sus alcances;  por lo tanto, puede accederse a este orden al través de la ciencia (como ya lo ha señalado Bruno, este punto no es mío, Bruno lo ha dicho: al través de la ciencia también se consigue la trascendencia, se logra una empatía con la Divinidad). Felicidades, Newton. Nosotros los poetas lo intentaremos a través del canto.

—Ofelia Berrido: Ya ve, don Bruno, ahí sí parecería que fue como una revelación: Newton recibe una ley universal en una fórmula. Pero ¿cómo él pudo tener acceso a esa ley universal?

—Leopoldo Minaya: Parece que la encontró, pero Dios se la reveló a él, y se la reveló a él porque él hizo el esfuerzo por encontrarla.

—BRC: Y hay circunstancias en las que se combinan intuición y revelación. Probablemente, en este caso, sea el fruto de esas dos manifestaciones: intuitiva y revelativa.

—Leopoldo Minaya: Sí; la intuitiva, la intención humana, y la revelación la intención divina, que se encuentran en un punto “equis” (X).

—BRC: Exacto.

—Luis Quezada: Así es.

—Leopoldo Minaya: Bien. A los poetas los cubre el manto de los mortales, pero yacen a la sombra del manto divino, que los orienta y protege; son entidades mundanas, pero palpan lo inasible, auscultan lo insondable, escalan el pináculo de la emoción trascendente, del sentir eminente y de la arrebatadora hermosura: tres laderas místicas de ascendencia divina. El poeta puede conducir su hacer hacia lo humano o hacia lo divino. En el caso primero, su arte constituye una forma de disconformidad o de autoafirmación al creerse desheredado de la condición divina, de su superioridad inmanente, de las virtudes supremas, de las perennes posibilidades emanadas de Dios. En el segundo caso, cuando enfila amorosamente su hacer hacia lo divino, actúa como mantenedor del Canto, que es a la vez cósmica sabiduría. He dicho anteriormente, a propósito de un estudio valorativo de la poética de León David: «El canto fluye por los resquicios del universo y se despeña como una inmensa catarata. El canto es vida en instante enlazados al través de una propensión lúdica revestida de orden, belleza y armonía. Muy pocos logran comprender que el canto es la entidad eterna e infinita y que el poeta es el órgano fonador del canto, para que alcancen a vislumbrar, los hombres, los misterios fundacionales».

—Ofelia Berrido: Qué belleza: «se despeña como una inmensa catarata».

—Leopoldo Minaya: El poeta subsume al filósofo y al teólogo bajo el hábito de un monje a un tiempo que sagrado, mundano. El poeta es centauro del Cosmos: impulsa su musculatura mundana con sus cascos sagrados:

Contamos las historias, las edades,
porque desembocamos en la luz,
porque al compás de desiguales años
quisimos ser caballos de más brío.

“Ser o no ser”: dilema de existencia,
discursea el hondón de los sentidos,
y en profesión de fe y de los comienzos
nos vamos, con franqueza, de las manos....

Pero es así:
                   si piensa la materia
y te interpela por mi voz el barro
nos revelamos primordial progenie,
un salpique de icor corre en tu mano.

Pero es así.
               Nosotros, tan anónimos,
tan calladitos a mitad del prado,
por una vez vencimos a la muerte...
¡Victoria excepcional! ¡Gloria es nacernos
...que el espíritu escupe eternidades!

  «Al poeta sagrado le está permitido, a veces, asumir la función de profeta adjunto (exopoeta) sin que Dios lo reprenda ni desautorice. Puede expresar palabras que mejor se pronunciarían en boca de Amós, por ejemplo: “Acuérdate, Señor, del hombre humilde al que no dejan vivir sobre la tierra” o, cuando resulte necesario, refrendar las palabras del esclarecido para denunciar la hipocresía, la explotación, la manipulación, la violencia, la mentira, el despotismo, muy propios del mundo de los hombres.  “¿Y cómo ha devenido la muralla del honor, en hurgado palimpsesto?”, podría interpelar el poeta a la humanidad: Pero, ¡Dios mío!, ¿y cómo ha devenido una cardinal virtud como el honor, hoy día, en un hurgado palimpsesto?, que no se mantiene firme: borrado, y reescrito, y borrado, reescrito, y se borra y se reescribe como si no fuese invariable principio de vida y de orden. Bien solicita el poeta a entidades inorgánicas, ya que el hombre no puede conservar el honor de pronunciar la verdad, que al menos la conserven ellas, y dice: «Areniscas, peñascos, gravas, tolvas, ¡conservad la verdad y el Fundamento!”, porque el mundo del hombre es un mundo de mentiras; el hombre gira deleitosamente en torno a la mentira y casi todo en su mundo está sustentado en la mentira; y todos los sistemas de poder terrenal, sin excepción,  los califica el poeta como sistemas y órdenes mentirosos. Pedro negó solo tres veces a Jesús antes del cantío, pero los poderes terrenales niegan a Dios y nos hacen negar a Dios seis veces cuando se nos hace vivir bajo estas reglas: 1) la verdad no se dice, 2) la verdad no se debe ni se puede decir, 3) hay que cubrir la verdad con la mentira para mejor resguardo, 4) debemos asumir y predicar la cubriente mentira como verdad para asegurar nuestro éxito en el mundo de los hombres, 5) debemos callar o cruzarnos de brazos mientras se escarnece a aquel que por excepción pronuncia la verdad, es decir, mientras a Jesús, como símbolo, se crucifica o a Esteban se lapida, y 6) ensalzamos, alabamos y glorificamos al mártir solo cuandoya no constituye un desafío o una turbación para el orden de cosas, sea por el paso del tiempo o por la desaparición misma o transformación de ese orden censurado, mientras nos adaptamos al nuevo orden de cosas que nos demandará repetir infinitamente el ciclo...   Y les pide el poeta a las entidades inorgánicas, entonces: ¡Ea!, ustedes, areniscas, peñascos, gravas, tolvas, ¡conservad la verdad y el fundamento!, al tiempo que increpa a las multitudes en desorden y en desacato a las divinas leyes y les espeta: “Hordas sordas, tropeles, torvas turbas”; y justifica el porqué de la dureza de las palabras, de la imprecación, al aclararles: “Quebrantáis todo sano ordenamiento”, porque si no hace la aclaración se vería incurrir en actitud inmoderada, excesiva, injusta, abusiva e inadecuada, calificativos todos indignos de una acción de un profeta o de un aprendiz de profeta que es el exopoeta. ¿Por qué sois—pregúntase—hordas sordas, tropeles, torvas turbas? Bueno –respóndese–, porque tenéis la tendencia a quebrantar todo sano ordenamiento, todo principio de Justicia y de Equidad para refocilarse, inadvertidas o fingiéndose inadvertidas, en la iniquidad, en la corrupción y la tontería.  Y las invita a retornar al carril primigenio: “Escuchad la canción que rueda a solas”, ¡¡a solas!! “Escuchad la canción, verso y reverso”:

Desde el gesto ancestral en los menhires
sopla una eternidad, que no es el viento.

  «No; no es el viento esa eternidad que sopla; es el soplo de la Divinidad. Es el soplo del amor y la verdad hacia un mundo organizado y compactado y determinado por la Violencia, como fuerza efectiva o potencial, y en modalidad moral o psicológica... que es la mentira, es decir: el engaño.

  «Entonces, para finalizar, el poeta, el profeta y el sacerdote realizan intermediación para mejoramiento de la especie humana, para ayudar en la redención de los hombres, para elevar los entes en general hacia la belleza inmanente del rostro de la Divinidad. (Toda redención real es necesariamente divina, porque el hombre no tiene capacidad para redimir al hombre, y por lo tanto son inútiles y acrecentadoras del caos y el desasosiego las revoluciones). Arte o don de profecía, arte o don de poesía, arte o don de predicación: artes o dones de la intermediación.  Por eso, contrariamente a lo que se cree, contrariamente a cómo se malinterpreta: todo arte verdadero tiene un fin, una finalidad; todo arte trascendente resulta, pues, utilitario.

  «Ustedes saben que se discutía la dicotomía «arte utilitario»– «arte por el arte, o arte puro» y, en esta discusión, hubo tiempos en que los argumentos se alternaban en dominancia; en una época (por ejemplo, en los años sesenta y todavía en los años setenta del siglo pasado, se hablaba de reivindicación social, de teología de la liberación, de revoluciones y etcéteras) se pensaba que el arte tenía que ser utilitario porque debía transformar la sociedad y llevar las formas de vida y las relaciones del hombre hacia mejores estructuraciones sistémicas; luego, cuando eso se agotó, o mientras se agotaba, se consideró que no, que el «arte puro» era el arte verdadero, «el arte por el arte», el arte cuya finalidad era él mismo, lo que es bellísimo. Y se entiende, y tiene su verdad relativa, no es que sea una falsedad absoluta. Ahora bien, si miramos el arte como una forma de elevación de las entidades hacia Dios al través de la trascendencia y la eminencia, eso es un fin, una finalidad, y una utilidad suprema; por tanto, en las ul-ti-mi-da-des de la consideración... todo arte verdadero es arte utilitario... Solamente se hallaba en inadecuado rango la antigua discusión.

  «Finalmente, tendencia interesada de los hombres es asignar forma definida a la Divinidad. Religiones y cultos se rodean de divinidades antropomorfas, pero la Divinidad reviste todas las formas imaginables y las no imaginables por nuestras limitaciones en la esfera de la Realidad expandida. Percibimos y ponderamos la Realidad de acuerdo a nuestras limitaciones operativas, pues todas las cosas tienen una significación en función del sujeto que las aprecia o el sujeto con que se relacionan. Esta sabiduría le fue revelada a Kant, que la ha revelado a los hombres, y que hemos asumido los interioristas al entender que se deben interiorizar todas las cosas para captar el sentido profundo que las vincula con lo trascendente. Y este criterio debe aplicarse también a esta misma disertación.

  «Muchas gracias».

—Ofelia Berrido: Maravilloso.

—Luis Quezada: ¡Muy bien!

—BRC: Genial. Óyeme, una ponencia magistral la que tú has expuesto.


Transcripción: Miguelina Medina
Fuente: Nota de voz WhatsApp (BRC)

Del libro Dios y los hombres

#TeologíaNoDogmática

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