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LA CANCIÓN DE ANGELINA

Relato en verso para niños y jóvenes. Literatura infantil y juvenil de las islas de Puerto Rico y Santo Domingo para el orbe hispánico y el mundo.
DEDICATORIA: A mi querido hijo Alexander.
Al distinguido amigo José Vélez, y familia.
Al generoso pueblo de Puerto Rico.

 
 
 
 
 
Alada, entre los jardines,
sumida en sí, cavilando...
la niña avanza y se aleja
sin que resuenen sus pasos...
 
—¿Adónde vas, Angelina,
por un camino tan largo,
si tienes cuanto desean
todos los seres humanos?
 
—Yo busco una fuente rara,
más allá de la razón,
que traiga encanto a mis días
y paz  a mi corazón.
 
—¿Adónde vas, Angelina,
por un sendero tan hondo
si, al cabo, nada es eterno
y el mundo llano es redondo?
 
—Yo busco una fuente rara,
más allá de la razón,
que traiga encanto a mis días
y paz a mi corazón.
 
...Y se fue por los rosales
montada en una canción,
lleva en el pecho trigales,
lleva en la mano una flor.
 
Y anduvo sendero arriba,
sendero abajo pasó,
y se encontró con el viento,
 
y el viento se la llevó...
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                           (Emociones)
 
—Oye, viento, viento aleve,
¿adónde vas con la niña?
 
—Voy en busca de la fuente
soñada, con Angelina.
 
—¿Adónde vas, elevándote
con prontitud desmedida?
 
—¡A remontar el estrecho
lindero de la campiña!
 
—Entonces, ¿por qué te alejas
como bestia perseguida?
 
 
—¡La libertad ha querido
prestarme sus alas mismas!
 
—¿Qué tan lejos, qué tan lejos...?
¿A qué región ignorada?
 
—A un mundo de transparencias,
de dichas, de fuentes raras...
 
—¡No te alejes, no te alejes,
viento falaz!
                          ¡Escondida
entre tus brazos aéreos,
robada va la chiquilla!
¡Vendaval, tromba, tifón,
hiena de fuerza maligna,
márchate tú a donde quieras,
mas deja en paz a la niña!
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
              (Las razones del viento)
 
 
—¡Mi corazón de nitrógeno
jamás oyó tal mentira!
 
¡La maledicencia puede
troncharte las alegrías!
 
Angelina va tan libre,
tan libre como ella misma;
 
Angelina a mí me vuela
como hacen las golondrinas...
 
Soy el Céfiro, aire noble
nativo de las campiñas.
 
...En este viaje soñado
no guío yo; ella me guía.
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
                     (Desvelo y desazón)
 
Y en el pueblo de Hormigueros
ya no más llanto cabía:
¡a don Gerardo González
se le ha extraviado su niña!
 
...Salió a charlar con las flores,
como ella hacerlo solía,
y a la entrada de la noche
notaron que no volvía.
 
Don Gerardo está llorando,
entera el alma partida;
como loco la ha buscado
por toda la serranía,
y a vecinos y a estancieros
y a miembros de la familia
juntó, para así de búsqueda
formar una comitiva.
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
                                    (Con prisas)
 
 
A cada instante se suman
brigadas de rescatistas:
escuadrones de labriegos
sueltan las rastras, las ristras...,
pescadores fatigados
dejan la red por sí misma,
y los cantineros cierran
las puertas de sus cantinas.
 
Todos se olvidan de todo;
la gente acude y olvida
sus labores, sus labranzas,
su bienestar, y encaminan
a engrosar la muchedumbre
creciente de socorristas;
personas simples y nobles
y ricas y conocidas.
 
Se unieron Paco Germán,
Mariano Martínez Silva;
el nieto de doña Gema,
Berto Pagán (la Marimba);
el párroco de Betances,
Emilio Sánchez Hermida,
y un grupo de voluntarias
de la Hermandad de María.
 
Alfonso López, un “diestro”
oriundo de Barranquitas, [ii]
en mapas semiborrados
trazaba cruces y líneas;
y Ramona de Jesús,
Santiago (Chago) Mejía
y Praeles el Alcalde
llegaban de Juana Díaz...
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
          (La búsqueda incesante)
 
 
 
Unos se van algo al norte,
registran villa por villa:
recorren a Mayagüez,
Añasco, Aguada, Aguadilla;
otros van a Cabo Rojo,
a San Germán escudriñan
y pasándose por Lajas...
chocan la mar infinita.
 
—Oh mar, brumosa expansión,
mar de profundos enigmas,
¿habrá llamado a tu puerta
la candidez de la niña?
 
(La multitud se detiene
junto a las aguas salobres;
 
se repite la pregunta...
pero la mar no responde.)
 
 
 
—Oh mar, briosa extensión,
planicie, abismo y espejo,
¿los rizos de tu corriente
son hebras de sus cabellos?
 
(La multitud chapotea
entre las olas enormes;
 
se repite la pregunta...
pero la mar no responde.)
 
—Oh, mar, coral y arrecifes,
mordientes rocas y lámina,
¿querrás acaso decirnos
cómo podremos hallarla?
 
(La multitud se retira
en aluviones deformes;
 
se repite la pregunta...
pero la mar no responde.)
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
         (Silencio y resolución)
 
 
San Sebastián nada dijo,
y nada ha dicho Florida;
y Utuado, Adjuntas y Ciales
no dicen «La boca es mía».
 
Ni Isabela ni Arecibo
ni Guánica ni Patillas,
ni Orocovis ni Coamo
ni Guayama ni Loíza,
ni Villalba ni Cayey
ni Lares ni Guayanilla,
ni Jayuya ni Camuy
ni Manatí ni Salinas,
ni Ponce ni Maricao
ni Ceiba ni la bahía
de San Juan... han dicho nada;
todo es silencio y enigma.
 
Humacao nada sabe
al este-sur de la isla,
y Naguabo y San Lorenzo
y Maunabo y Carolina,
Fajardo y Trujillo Alto
redoblan la negativa.
 
 
—¿Han visto, pueblos, ¡oh pueblos!,
el rastro azul de Angelina?
 
 
     «Yo por aquí nada he visto»,
      dijo Cataño a voz viva.
 
—¿Oyeron, pueblos, ¡oh pueblos!,
la blanca voz de Angelina?
 
 
     «Por aquí nada se escucha»
      las francas Vegas replican.
 
 
 
...Yabacoa y Bayamón
no dan mejores noticias
(pues son las mismas de Caguas:
«Ni una señal de la niña»).
 
Santa Isabel nada dice,
nada dice Quebradillas;
mas la esperanza de un padre
nunca se da por vencida:
la buscará palmo a palmo,
resuelto, día por día,
mientras resistan las fuerzas
y quede un soplo de vida.
 
*          *
    *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
               (Voz del padre)
 
 
 
—Salvaré
montañas y llanos, lagunas y lagos
recorreré,
al fondo del mar bajaré,
su piélago azul ya encontré...
¡Verdad, verdad, verdad, verdad, verdad!
 
¡Quiero saber la verdad!
¿Dónde estará? ¿Adónde fue?
Cielos, montañas, a fe:
¡verdad, verdad, verdad, verdad, verdad!
 
Responde tú,
lucero, responde tú:
¿has visto otra fuente de luz?,
¿has visto otros ojos arder?,
¿has visto un diamante caer?
¡Verdad, verdad, verdad, verdad, verdad!
 
Responde tú,
lucero, responde tú:
¿has visto un trigal o una flor,
has visto pasar la Canción,
mi eterno afluente de amor?
 
¡Verdad, verdad, verdad, verdad, verdad!
 
¡Verdaaaaaaaaaaaaaad!
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
            (Voz del lucero)
 
 
De la noche radiante,
soy el lucero.
 
Resplandezco y alumbro
desde lo lejos...
 
Los milenios forjaron
mi entendimiento...
 
Tuve don de visiones
por nacimiento...
 
Para mí no hubo nunca
nada secreto...
 
Recorrí los rincones
del firmamento...
 
Mi mirada cruzaba
por barlovento,
 
posábase en tu isla
con embeleso.
 
Vi a Juan Ponce arrimarse [iii]
con sus excesos;
 
vi a la isla llamarse
con nombres nuevos...
 
Mas nací mucho antes que la Tierra,
y soy muy viejo;
 
aunque vivo alumbrando,
soy casi ciego...
 
El tiempo me ha tocado
con duro hierro...
 
pero igual me ha tocado
tu blando ruego...
 
Porque encuentre respuesta
tu pedimento,
 
he volteado a las cuatro direcciones,
 
he mirado a las cuatro direcciones,
 
he buscado en las cuatro direcciones,
 
 
y nada veo.
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
      (Diálogo de Vieques y Culebra)
 
 
 
 
Al este de Puerto Rico
viven dos islas pequeñas:
una es la isla de Vieques,
otra es la isla Culebra.
 
Flotan a gusto, a sus anchas
—ninfas dormidas despiertas—,
en el mar que las abraza
y en el sol que las calienta.
 
Cúpulas, fiel, del Encanto
que brota  allí; «islas nenas»
como ha querido llamarlas
don Luis Lloréns, el poeta.
 
Parejas vivían las islas.
Par a par, ni una más cerca
ni más lejos de la costa
de Puerto Rico, ¡por eras!
 
Y esa tarde de septiembre
Vieques se agita...  y se acerca
mucho más a la isla grande;
alza una punta y husmea
por la sección de Humacao,
turbada por la extrañeza.
 
 
Y a Culebra, que ha quedado
a sus espaldas, comenta:
 
 
 
VIEQUES
—Veo... en la isla grande,
alzarse una polvareda.
 
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
 
VIEQUES
—Gente a caballo y a pie,
sin descansar, la generan.
 
 
 
CULEBRA
 
—¿Y qué más?
 
 
 
VIEQUES
—Se apiñan alrededor
de dos o tres...  parlotean...
 
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
 
VIEQUES
—Al cabo de poco rato,
pues... vuelven y se dispersan.
 
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
 
 
VIEQUES
—Echan a andar como locos
por todo atajo y vereda.
 
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
 
VIEQUES
—Parece que buscan algo,
juzgando por la insistencia.
 
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
VIEQUES
—Apuesto a que algo no entienden,
pues míranse con torpeza.
 
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
VIEQUES
—A ciegos guían los ciegos,
en una búsqueda inmensa.
 
 
CULEBRA
—¿Y qué más?
 
 
 
 
VIEQUES
 
—Ven, acércate tú más,
que por ti misma lo veas...
Ven, acércate tú más
y dime tú lo que piensas.
 
 
 
 
CULEBRA
—¿Acercarme yo, acercarme?
¿Acercarme? ¡Ni lo creas!
 
«Pueden ser conquistadores,
buscando islas indefensas...
 
 
«Pueden ser cíclopes locos
que echaran las islas griegas...
 
 
«Pueden ser violentas gentes
que hallen razón en las guerras...
 
 
«O pueden ser la avanzada
de una legión extranjera...
 
«Mejor me quedo tranquila,
libre, distante  y alerta...
 
«¡Ay, Vieques!»
 
 
VIEQUES
 
                         ¡Qué escalofrío
me coge a mí en cada vértebra!
 
 
...Y Vieques, cuando escuchara
tales palabras frenéticas,
quedose petrificada
en el punto en que hoy se encuentra,
y por eso las islitas
no se divisan parejas
como ayer se divisaran...
(mira el mapa... y lo compruebas).
 
Sin embargo, hay discrepancias.
Media isla dice:—Es esta
la exacta contestación
que dio Vieques a Culebra,
sin islas petrificadas
ni nada que se parezca
(mas la otra media isla,
sepa entenderse, lo niega):
 
«¡Calma, calma, calma, hermana!
¡No te exaltes ni enloquezcas!
 
«Es esa gente de paz,
llevan cruces, oran, rezan...
 
«Veo gente de Gurabo,
de Juncos y de Aguas Buenas,
de Luquillo, de Canóvanas,
de Arroyo, Hatillo, Las Piedras,
Comerío, Maricao...,
almas amigas, fraternas...
 
«Resalta un cartel –escrito
con letra grande–, y expresa:
 
“Si ve a Angelina González
haga saber con urgencia;
se agradecen los informes,
y se ofrece recompensa”.
 
«Nada de absurdos temores,
nada que espante o que venza;
 
«solo una niña perdida;
ya ves, islita Culebra...»
 
 
(Mas, de esta conversación
entre Vieques y Culebra,
se originó la costumbre
en zonas de Hispanoamérica
de la gente desconfiada
llamarse gente "culebra”.)
 
 
 
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
     (Antecedentes de don Gerardo)
 
¿Quién era, pues, don Gerardo?
 
Era un cristiano católico,
un alma de justas cuentas,
hombre cumplido y devoto
adorador de la Virgen:
dicen que en años más mozos
tuvo un lance que al contarse
nos deja a todos absortos.
 
Se hallaba en medio del monte,
una mañana de agosto.
Cortaba ramas de mimbre
para canastas...
                         De pronto,
sin saber de dónde o cuándo,
o en qué momento, ni cómo
ni cómo no, se enfrentaba
a la embestida de un toro.
 
El toro arisco, salvaje,
acometía con todo
su furor, y así enfilaba
sus cuernos vertiginosos...
 
Encomendose a la Virgen
de Monserrate...
                                 y el toro,
en el avance violento,
quebró una pata en un hoyo...
 
Así salvose Gerardo,
así nació el gran devoto:
mandó erigir una ermita
a la Patrona, y a todo
decía: «¡La Monserrate
derribará los escollos!»
 
Este era, entonces, Gerardo:
creyente, y  padre amoroso...
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
    (El pueblo se reúne en
      cámara de consejo)
 
 
Razona Chago Mejía,
un hombre muy respetado:
 
—La niña nunca aparece
y hemos buscado, buscado...
La solución al problema
tal vez la tenga a la mano:
preguntemos al coquí,
que sabe cantos extraños;
él sabrá donde podremos
hallar la niña, Gerardo.
 
 
Gerardo dijo: «Santiago,
amigo de muchos años,
en ventura o desventura
tú siempre estás a mi lado;
amigo entre los amigos
y, más que amigo, un hermano:
haremos como lo has dicho,
pensemos como has pensado».
 
Y Ramona de Jesús
dijo a seguidas: «¡Gerardo,
por mi parte también pienso
lo mismo que piensa Chago!
Ya en el aire, ya en el río,
ya en la mar, ya en la tierra...
nada pasa en Puerto Rico
sin que el coquí no lo sepa».
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
      (El canto el coquí)
 
 
 
«La noche es alta y redonda,
lleva un lunar a la espalda:
 
         ¡la misma luna, prendida
         como si fuese una lámpara!
 
 
«¡Si yo tuviera tan solo
una ocasión de pirata,
 
        con el sable a la cintura
        la luna la conquistara!
 
 
«Ando y anda, y anda y ando;
anda y ando, y ando y anda:
 
          la luna tiene conmigo
         complicidades humanas.
 
 
«Ando y anda, y anda y ando;
anda y ando, y ando y anda...
 
 
      y el frasco de mis canciones
       poco a poco se derrama...»
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                       (Preguntan al coquí)
 
 
—Coquí que pasas cantando
una canción entonada,
 
coquí que llevas contigo
la voz de la madrugada,
 
tú pasas chapoteando
sobre la tierra mojada
 
y el frasco de tus canciones
vuelcas, rompes y derramas...;
 
coquí que todo coliges,
lo deduces, lo desatas,
 
y cuentas viejas consejas
y entiendes todas las fábulas,
 
¿no sabes tú de la niña
funestamente extraviada
 
en el pueblo de Hormigueros,
desde hace ya dos semanas?
 
¿sabrás dibujar, coquí,
la rosa de sus andanzas?
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
      (La respuesta del coquí)
 
 
Y el coquí dijo:—¡Coquí!,
¡pues, claro!; sé de la niña...
 
«La he visto alegre y... ¡coquí!
está segura y tranquila.
 
 
«¡Coquí, coquí!, si regresan
hasta el punto de partida...
 
 
«si regresan a Hormigueros...
¡coquí!, tendrán a la niña».
 
 
 
Y todos hasta Hormigueros
corrieron en estampida...
 
¡Y los guiaba el coquí,
cantando un canto de dicha!
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
        (El encuentro)
 
 
La conmoción del encuentro
que diérase aquella noche,
resplandeció en el relato
contado por Coll y Toste, [iv]
¡relato por el que diera
quinientos maravedís!
 
Por cierto, este sucedido
fue más o menos así:
 
 
¡Angelina no se viera
más calmada y más tranquila!
 
Todo un dejo de misterio
manaba por las pupilas.
 
...Cual si hablase por su boca
la misma Sabiduría,
las mil preguntas del padre
calmada las respondía.
 
 
 
—Hijita, ¿no te dio miedo
la oscura noche severa?
 
—Me iluminaba la luz
que brota de aquella cueva.
 
—Mi niña, ¿tú qué comiste
por dos semanas enteras?
 
—Comía frutos dulcísimos
que una señora me diera.
 
 
—¡Te imaginaba tan sola...
expuesta a sierpes y fieras!
 
—Me acompañó esa señora,
noche tras noche, y en vela.
 
—¡Dios le pague a esa señora!
¡Dios me la guarde de veras!
Pero, ¿le viste la cara?
¿llegó a decirte quién era?
 
 
—No sé; sus ojos brillantes...
su piel hermosa y morena...
¡Bastaba mirarla al rostro
para que me sonriera!;
y de sus manos brotaba
como de inmensa chorrera
el perfume que las lilas
despiden en primavera.
 
 
—¡Mi Dios!—gritó don Gerardo,
y se clavaba de hinojos.—
¡La Virgen de Monserrate
te me ha brindado socorro!
 
 
Alzó sus brazos al cielo;
llevó su niña a los hombros...
Dejando en boca de todos
la redondez del asombro,
¡se fue a su casa corriendo,
lleno de llanto y de gozo!
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
(La canción de Angelina /variante)
 
 
Alada, por los jardines,
sumida en sí, cavilando,
la niña avanza y se aleja
sin que resuenen sus pasos.
 
 
—¿Adónde vas, Angelina,
por un sendero tan largo,
si tienes cuanto desean
todos los seres humanos?
 
 
—Yo busco una fuente rara,
más allá de la razón,
que traiga encanto a mis días
y paz  a mi corazón.
 
 
—¿Adónde vas, Angelina,
por un camino tan hondo
si al cabo nada es eterno,
y el mundo llano es redondo?
 
 
 
—Yo busco una fuente rara,
más allá de la razón,
que traiga encanto a mis días
y paz a mi corazón.
 
 
 
Y volvió por los rosales
montada en una canción,
el blando pecho: trigales;
la fina mano: una flor.
 
 
 
Y bajó, sendero arriba,
sendero abajo, subió;
se tropezó con el viento,
 
y el viento la devolvió....
 
*          *
     *
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                      (Epílogo)
 
 
Así termino.
                            Detalles
que circundan el suceso
hablarán de algún vecino
que profesase otro credo...
 
Ramón González Acosta
y Arnaldo López Palermo
afirman: «No fue la Virgen;
fue Jehová de los Ejércitos».
 
Hassan Abutín, un árabe
que abriera tienda en Utuado,
replica: «Fue el mismo Alá
quien le tendiera la mano»;
 
y Judith Féliz comenta,
sonriendo, mientras relee:
«En este mundo hay creyentes
y gente que nada cree».
 
Yo he cumplido con contar
la historia como debiera...
porque he amado esta isla
de encanto y de gente buena.
 
 
            FIN

Nota. Es esta la versión completa de La canción de Angelina, que fue abreviada mínimamente en la edición en papel de 2011 y en la versión discográfica de 2007 que circuló con el título Leyenda de Puerto Rico.

[i] La trama de La canción de Angelina gira en torno a una leyenda dual del pueblo de Puerto Rico. A partir de este germen, el autor crea la abundante sucesión de cuadros y situaciones que conforman la presente pieza poemática.
[ii] La obra literaria crea una realidad independiente de la realidad ordinaria. A partir de este verso se encontrará una enumeración de municipalidades puertorriqueñas. Con seguridad, la mayoría de estas demarcaciones no existían todavía como tales en el tiempo de los embriones originarios del relato (Siglo XVI).
[iii] Juan Ponce de León, conquistador español, señalado como primer gobernante de Puerto Rico.
[iv] Cayetano Coll y Toste: médico, escritor, historiador portorriqueño. Por esta mención, el autor da constancia de haber leído el relato "El prodigio de Hormigueros", que aparece en la obra Leyendas puertorriqueñas, de Coll y Toste, al par de otras versiones anónimas menos extensas y formales.

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