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Ex corde

Señor,
protege el desasosiego
de este hombre, mira que el fuego
en sus entrañas no cese,
y bendice la penumbra
en que su faz resplandece
frente al abismo que alumbra
la luz de su ordenador.
 
Él es como tú, Señor,
competente y sigiloso
en su infinita faena,
e igual que tú va esparciendo
caminos sobre la arena.
 
No dejes de devolverle,
si algún día
la extravía,
la inquietud de que se vive,
y que de ti nunca espere
la quietud de que se muere.
 
(Y por más prisa que tengas,
no olvides cada mañana
asomarte a su ventana).
 
Esto te pido, Señor,
para ese poeta amigo
que me sigue a todas partes
y que a todas partes sigo.

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