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Para matar al minotauro y salir del laberinto

Homenaje al pintor canario Óscar Domínguez por su Minotauro

Teseo,
has de saber que un dios que reina en las tinieblas
por encima de los otros dioses,
ducho en tejer y destejer caminos,
con más poder que iglesias y gobiernos,
mafias, sindicatos,
monopolios y partidos,
digamos un dios de dioses, que llamaré Acaso,
reparte el destino a los mortales.
 
Quiso este dios que el hijo de un déspota cretense
fuese muerto en tu ciudad por los hinchas del Atenas
y dispuso que,
ardiendo en sus lágrimas rabiosas,
aquel monarca extremo lanzara los ejércitos de Creta
contra tus hermanos,
jurando degollarlos uno a uno si tu padre Egeo,
rey de Atenas,
no exportaba cada año a Creta jóvenes hermosos
(digamos carne de primera)
para ser devorados por el Minotauro.
 
Y asimismo dispuso
que fueses a matar aquel engendro mitad hombre y mitad toro
en su íngrima y tortuosa madriguera.
Porque ese dios oculto, a ratos humorista,
a ratos cruel
y siempre caprichoso,
que sabe dirigir el vuelo del azar
y programa las sorpresas,
que dibuja el mapa de todas las pérdidas y todos los encuentros
y labra la historia del futuro en una roca que rueda eternamente
hacia ese abismo que llamamos Nunca,
quiso honrarte,
Teseo,
enseñándote a vivir.
Y mejor lección no halló que encararte al Minotauro.
Y en su roca agorera dejó inscrito que aceptabas
tamaño desafío.
 
Bien sabemos que en llegando a Creta tuviste de tu parte a Ariadna,
la astuta y bella hija de aquel Minos,
tirano de cretenses.
Ariadna fue un azar atado a tu destino,
una gracia a tu coraje concedida,
y de su astucia y amor entraste armado al dédalo espantoso.
 
Digamos que Ariadna fue la máxima lección de Acaso.
 
Y es de esperar, Teseo, que tengas aprendido
que sin Ariadna es más difícil matar al Minotauro,
y no digamos salir del laberinto.

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