Loading...

Las trampas del perdón y la resistencia del ego:

Un espejo difuso entre la aceptación y la rendición

Justamente no lo permito
en cuanto más hay amor por quien produce la ofensa
o deseo de ser amado en lugar de ser agredido.

Sin embargo, a veces la ofensa, antes de llegar,
pasa por filtros de historia personal o de algún otro
con su otra historia que lo que siendo producido para un fin o por un fin,
llega con otra representación, no dejando de ser agresión u ofensa, pero
con otra representación con una semántica integrada, a modo de kit.

Es como colar una limonada en un colador donde antes se ha colado un
jugo de maracuyá. ¿no les ha pasado?, o tomar agua en un vaso que se ha
usado para otra cosa y aún lavado, no bien lavado, terminado cambiando
el sabor, o aún conservando el sabor afectando el aroma.

Eso mismo pasa al parecer con el perdón,
aquello que nos ofende, lo filtramos tanto de los coladores ajenos o inclusive,
de los propios, que nos quedamos con la convicción que alguien no lavó el vaso,
que eso que me dan no es propiamente el jugo que pedí, que aunque me sepa
a lo que pedí, me huele raro o distinto y se nos ocurre, por algún patrón genético posiblemente, desistir en preguntar, en esperar, en hacerme cargo de mi historia,
de lavar el vaso antes o dejar de usar el filtro y, permitir que lo que se vierta en mi vaso,
sea libre de contaminantes.

El perdón lleva a la consciencia de qué intención tiene aquel que cometió ese acto
en contra mía, y si aquello que represento como tal era el acto y era la intención
tal como yo las concibo.

No es una oportunidad para que el agresor se sienta siempre excusado, es una invitación para que quiénes nos sentimos agredidos podamos saber que la afectación de la falta, aún culposa, tiene un límite y es el amor propio, la convicción que merecemos paz, la responsabilidad de nuestras adherencias para habernos hecho víctimas del sufrimiento causado por el dolor, cuya característica es la temporalidad.

Lo que duré más allá del dolor, es responsabilidad nuestra.

Abro mi mirada hacia el otro, en primera medida, sin esperar aboslutamente nada de él.
Me dispongo al encuentro. Al reconocimiento de ese ser distinto pero no necesariamente distante y al autoreconocimiento propio.

Reconozco que nada hubiese causado dolor sin él, y nada sufrimiento sin mí, por tanto, abrazo el encuentro, repito, sin esperar nada de él, pero esta vez, sin esperar nada de mí.

Se rompen libretos, se queman guiones, nos entregamos a leernos tras cada letra o tono,
respiro, sollozo, inclusive rabia o culpa, porque ya sabemos que no estamos actuando o filtrando, somos el uno con el otro, aun porque es la vida, aunque esta se nos presente como un teatro. O, ¿acaso hay vida sin teatro?

Tratando de escucharlo en silencio, haciendo único ese espacio, sin guestales previas que puedan causar ruidos, crear falsas sombras, o traer filtros que puedan empañar la imagen o coladores que puedan cambiar el sabor.

Si viajo al pasado es para ser leído desde hoy, no como causalidad, sino como representatividad, porque sin afanes de un futuro mejor o distinto, me dispongo a causar sobre nuestro encuentro, algo nuevo que pueda marcar una diferencia ahora.

Lo pasado no lo cambiaré, y de seguro hasta distorsionado lo tendré después de haberlo dejado pasar, y lo futuro jamás podré saber cómo termina y no me debe perturbar porque mi eternidad ocurrí en el gerundio.

Descubrimos cuanto moho hay detrás de aquello y lo asumimos como responsabilidad y co-responsabilidad. Lo limpiamos, leemos juntos lo que pasó, comprendiéndolo, no explicándolo, porque los dolores causados luego de la afrenta, fueron presentes que matamos y los convertimos en eternas repeticiones nietzscheanas. Si los Misak pudieran orientarnos con su palabra y testimonio ancestral, dieran cuenta de cuánto pasado hemos malvivido intentando futurizar algo que sólo ocurre en el presente vivo.

Sabernos como virus en el perdón nos ayuda un poco a comprendernos, en el autodistanciamiento, pero cerca. Algo nos inocula, una acción directa, una fuente de infección y, en ocasiones, heridas pequeñas, de esas de las que está hecha la cotidianidad, pueden, entrando en contacto en ambientes tóxicos, hacerla riesgosa hasta adelantar la muerte misma.

Nos descubrimos como responsables de habernos dejado inocular, y aun así, proteger las fuentes porque también son fuentes de vida para nosotros u otras formas de vida.

No hay peor condición de sostenibilidad del resentimiento la de no creer en la capacidad directa de diálogo. Más vale un ser humano dispuesto a hacernos daño en nuestra cara, que una acción cuestionable de respeto hacia nosotros detrás de la cuál suponemos a alguien que nos quiere hacernos daño.

¿Quién nos quita la posibilidad del diálogo?, ¿quién se cree con el poder de representarnos para no acercarnos?, ¿o qué es aquello que desconocemos para acercarnos o definitivamente alejarnos? Claro está, no siempre tus tiempos son los de ese otro y eso también hay que saberlo leer y esperar y mantener la calma y escuchar.

Si hay paz en el interior no debe haber duda en la cabeza de lo que hagamos, pero si hay incertidumbre en nuestro interior, nuestra cabeza hará como sea para solo contentarnos con argumentos, que de seguro serán culpabilizantes buscando a un victimario, y anestésicos, reconocimiendo a una víctima, que en este caso, buscará adeptos a su historia para ser consolado. Creemos que mejor es ser víctima que pedir perdón: almas temerosas de libertad.

Este cuadro patético evita que las reconciliaciones salgan tantas veces como la luna en cada noche y alumbre bosques o desiertos. Esta obscuridad es el lugar perfecto para negarnos a ver lo que es posible: tenemos alguien que nos quiere hacer daño decidida o inconscientemente y el hecho de que sepa que lo reconocemos, cara a cara; y la otra, alguien que nos hace daño inconscientemente o sin propósito, y tras una conversación profunda pueda dejar de causarnos dolor.

Si queremos perdonar, debemos antes estar convencidos de qué tipo de vida queremos vivir. Si decidimos vivir de la autocompasión derivada del ser víctimas, tenemos que asumir este papel como una forma de vida y hacer que dicho disfraz se nos ajuste tanto que, por mucho estropajo que usemos, esa ropa no se quitará ni se decolorará. Nuestro disfraz será nuestra nueva identidad.

Si queremos vivir en paz, con calma y sin la expectativa de ser correspondidos, debemos asumir con responsabilidad nuestras acciones y no avergonzarnos de ellas, teniendo la capacidad de afrontar nuestra vida en relación como una comunicación directa, con conductas, con acciones y con silencios y si alguna vez no nos entendemos, recordar que la pregunta es la mejor forma de buscar claridades, promover encuentros, reafirmar posiciones, cuestionar acciones, generar cambios reflexivos, aprender escuchando y aprehender haciendo presencia.

Perdonar ya no es un deber moral, es parte de una consciencia ética, coherente de sabernos como los otros, pecadores, y no por ello iremos al infierno. Nuestro infierno ya lo cocinamos aquí cuando decidimos hacer que otro distinto a ese otro del cual me sentí agredido, tome decisiones con su historia en mi historia que aún no he vivido haciéndola una extensión para que nunca se cuestione de cuando deja o dejó de intermediar ese otro mío, a ese otro de él en su propia forma de asumir la vida.

Perdonando, enseñamos a quiénes se recodan de que no lo hagamos, a cuidarse a sí mismos, a volver a sí. Mi hija recibirá este regalo, pero es sólo un ejemplo, ella tendrá que construir su propia fuerza, pero al menos le habré dicho con mi vida que si es posible. Esto lo hago por mí por mi paz, por mi coherencia. Y sí, yo también hago parte de esta familia aunque en ocasiones, entre los miembros nos digan, sólo con actuaciones, que no pertenecemos o que para ser reconocidos debemos ser como se nos exige. Es ahí, donde yace mi gran oportunidad, decidir, sin juzgamientos, comprenderles, y decidir seguir siendo parte de la familia conectándome, mirando a los ojos, reafirmándonos, sin hacer daño, aunque en ocasiones al parecer, algunas familias, requieran eso para constituirse. Al parecer esa fue la mía, y no la juzgo, acepto las heridas como cicatrices de sanación. Si me vuelven a herir, y no tengo las fuerzas de sanarme, alguno de mi familia sé que me curará, perdonándome, aceptándome, escuchándome, guardando silencio, regalándome un abrazo profundo y diciéndome sin palabras: te amo, te acepto, que alegría que estemos juntos otra vez.

Other works by Marco Turbay...



Top