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Paseo prehistórico

Hay tres grados de realidad. Primero, lo que veo realmente, lo que está ahí. Segundo, lo que imagino, y veo superpuesto a la realidad que está ahí. Eso que imagino lo veo yo, no se me muestra. Tercero, lo que me cuenta una voz ajena y que tengo que suponer, intuir, creer.

En estas tres realidades, voy a dar un paseo prehistórico. Creo que empiezo comiendo un animal prehistórico, no sé si es una serpiente o algún tipo de reptil. No llego a terminar lo que estoy comiendo porque llegan los animales. Y ahí entonces veo lo que se me muestra, algunos mamíferos gigantes, como mamuts y rinocerontes prehistóricos, también creo que algunos pájaros gigantes. A la vez veo felinos imaginarios, que podrían lastimarme, pero no están ahí, no se me muestran, solo yo los veo. Entonces la voz en otro plano me explica lo que estoy viendo. Me dice que es un tigre de no sé qué, y me muestra sus colores. Es de un celeste turquesa, muy clarito, de lejos parecería gris, y tiene dos rayas horizontales que lo recorren desde las fauces hasta el medio del lomo. Una raya es azul francia, y la otra es verde claro. La voz me dice que es como un perro pitbull o dice algún perro así, y yo intuyo que es algo parecido a un pitbull, más por su actitud que por cómo se ve. La intención de este tigre es atacarme, pero la voz dice que al atacarme no va a poder hacer nada contra la fuerza de mi mandíbula o algo así. Es verdad, cuando se me lanza encima el tigre celeste turquesa, quiere abrazarme, pero no me tira, se me abalanza, pero no me molesta. Y muestro los dientes, y se asusta. Pero la voz dice que cuando se escapa me saca un pedazo, y yo tengo que intuir que me arrancó un pedazo de carne de la pantorrilla izquierda, pero no me afecta en absolutamente nada. Entonces sigo caminando por ese corredor, ese pasadizo, como si fuera Talampaya, pero no tan alto. Al final, no tan lejos, a unas dos cuadras, más o menos, veo un dinosaurio moviendo la cola y tirando dentelladas. Me da cosa pasar por ahí porque el dinosaurio se me muestra, entonces está en el primer grado de realidad y podría hacerme daño. Pero sus movimientos no son conscientes, es como si fuera una máquina o un robot. Entonces sigo caminando. Ahí la voz me hace intuir que estoy atravesando una especie de río prehistórico, y quiero imaginar los peces, las anguilas marinas, las palometas que podrían haberme mordido, la voz dice que me muerden, pero solo lo intuyo, imagino tiburones, los veo, me pasan por al lado, por debajo, y llego hasta el dinosaurio, pero lo esquivo porque hacía movimientos automáticos. Entonces subo como a un montículo, un peñasco en la altura, con una avenida detrás, y la voz me dice que desde ahí arriba dio su discurso San Martín para motivar a los hombres a cruzar. Yo imagino a San Martín y, cuando llego a la cima del montículo, la voz me hace intuir el discurso que dio. Yo solo imagino a San Martín, y la voz me ayuda a intuir su discurso. Dice algo como “argentinos y argentinas, desde La Quiaca hasta Ushuaia” y ahí me doy cuenta de que están adaptando el discurso a la modernidad para que lo entendamos nosotros, porque todavía no se usaba el lenguaje inclusivo y todavía no existía Ushuaia en la época de San Martín. Desde ahí arriba miro una avenida e intuyo el discurso de San Martín como me lo cuenta la voz, pero imagino cómo hubiera sido en realidad. Mientras subía hasta la cima de ese peñasco, sentía vergüenza porque la gente de la avenida me hubiera visto, pero también imaginaba y veía amebas y como cangrejos o animales marinos prehistóricos. Es difícil reconstruir el discurso real de San Martín y escuchar lo que me hacía intuir la voz que me hablaba con todo eso alrededor y con tantas cosas concretas para ver.

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