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La injusticia epistémica ejercida sobre el sujeto embarazado desde una perspectiva ecofeminista

La violencia obstétrica se trata de un modo de injusticia testimonial sistemática generada por un estereotipo prejuioso de género, a saber, que las mujeres son irracionales. Concretamente, cuando una mujer embarazada es devaluada como sujeto de conocimiento, tiene lugar una intersección de prejuicios identitarios: ser mujer y estar embarazada, siendo este último consistente en considerar que una mujer parturienta no se halla en condiciones de tomar decisiones, pues se cree que está fuera de sí. Esta transfiguración del trabajo de parto en no-trabajo y de la embarazada como sujeto activo en una mera materia prima pasiva y dominable de la que se extrae el producto fetal, hunde sus raíces en una ciencia moderna eminentemente patriarcal cuyo objetivo fundamental consiste en desposeer a las mujeres de su capacidad generativa y en predisponer a la naturaleza para que ésta le dé a la voluntad de poder lo que precisa para su propia conservación. En este sentido, asistimos a un modo de desvelamiento de los entes que impele al ser humano a ejercer su dominio, si bien, de acuerdo con Heidegger, a pesar de que el ser humano no sea el autor del modo en que estos se presentan como meras existencias, la tarea que nos compete consiste en la meditación acerca de nuestra experiencia de la realidad y la legitimidad de nuestra acción en el mundo, –citando a Heidegger 1996- “Es difícil, pero indispensable para un futuro pensamiento, llegar a esa elevada responsabilidad a partir de la que Nietzsche ha pensado la esencia de la humanidad que, en el destino de ser la voluntad de poder, ha sido determinada a asumir el dominio sobre la tierra. La esencia del transhombre no es la licencia para el dominio desordenado de lo arbitrario.” (p.234).

Al hilo de esta reflexión atenida al nihilismo que nos concierne, resulta necesario repensar desde una mirada ecofeminista la inviabilidad de un pensar calculador que, empleando y predisponiendo los seres vivos en vistas a la extracción de éstos los objetivos que precisa, privilegia así el ente presente –la manzana y la recién nacida– allende las consecuencias destructoras y traumáticas de este ejercicio de dominio y señalar la urgencia de una reconciliación con la vida cuya condición de posibilidad reside en la inmersión meditativa en el fluir constante y la conciencia de la imprevisibilidad de lo que nos circunda –o se halla fuera de nuestro horizonte de visión, si bien por ello no deja de ser algo que nos concierne–, así como la apreciación de su carácter procesual en virtud de un deseo auténtico de conocer que nos impulse a participar en los procesos vitales con la finalidad de hacer de estos un camino más sereno y respetuoso con el ser. Ante una metafísica presencialista que privilegia la entelecheia –el acto terminado–, siendo esta reflejada en una atención exclusiva hacia el producto fetal que soslaya la necesidad de plegarse a la unidad orgánica madre– hija, resulta necesario plegarse al proceso y a las necesidades que devienen de los propios ritmos del cuerpo humano reconociendo el valor que posee en sí mismo el trabajo de parto. Por tanto, se presenta como una necesidad, tras un desencantamiento del mundo al que apenas ponemos resistencia, reivindicar un pensar meditativo que, en aperturidad hacia al ser de las cosas, abandone una relación con los seres vivos basada en el ejercicio de dominio y apunte a una intención auténtica de conocimiento y cuidado del mundo desde un trato solidario a partir del cual hacer frente a la violencia obstétrica. En este sentido, los ecofeminismos resultan enriquecedores en la medida en que, al identificar la estrecha conexión entre la dominación del ser humano sobre la naturaleza y sobre las mujeres, se propone una ética basada en la cooperación, el cuidado mutuo y el amor con la que es posible imaginar una coexistencia liberada de una voluntad de poder extractiva en la que la llegada a la presencia, la energeia, sea reconocida en la reverberación e importancia originaria que merece(mos). Así pues, mientras que la dinámica de la voluntad de poder es autorreferencial, en la medida en que su conservación tiene como condición el consumo imparable de la totalidad de lo ente transfigurado ya  en una mera existencia –stock–, el sistema sostenible precisa de la coexistencia entre diferentes organismos y repara en los ritmos y procesos autogestionarios de la naturaleza en aras de que la intervención del ser humano sea cooperativa y no destructiva.
Especialmente reveladora para el desentrañamiento de los presupuestos que subyacen a la ciencia moderna y que motivan la subyugación de la naturaleza y de las mujeres es la dicotomía arbitraria que astutamente los poderosos trazan entre el saber y la ignorancia, pues a partir de ella, atendiendo al caso que nos concierne, tiene lugar una deslegitimación de la embarazada como sujeto de conocimiento con la que se le impide que establezca una relación de agencia con su cuerpo, de manera que, aunque se haya instruido para que el trabajo de parto se delinee de la mejor forma posible, los autodenominados expertos relegan a la persona a la ignorancia e imponen así, un modo de proceder pautado que desatiende las necesidades que emergen de la propia llegada a la presencia y que cosifica a la que es potencialmente agente, pues el médico se erigirá como el productor en este proceso. En este aspecto, es determinante la concepción de la realidad como una máquina, que se desarraiga de las metáforas orgánicas que ponen de relieve la interdependencia y la reciprocidad –citando a Shiva 1997-: “Para investigar las raíces de nuestro presente dilema medioambiental y sus vinculaciones con la ciencia, la tecnología y la economía, debemos reconsiderar la formación de una concepción del mundo y de una ciencia que al reconceptualizar la realidad como una máquina y no como un organismo vivo, sancionaron la dominación de la naturaleza y también de las mujeres” (p.41) A propósito, resulta importante detenerse a pensar en las siguientes transfiguraciones que han tenido lugar en el ámbito de la obstetricia con la imposición de la mirada científica-patriarcal sobre las cosas: la consideración de que el método para dar a luz en el que se reduce la agencia de la embarazada es el más exitoso, el desplazamiento de la atención a la unidad orgánica hacia el producto fetal, el reduccionismo de los úteros a vasijas vacías y la vinculación de la supuesta pasividad de las mujeres con la ignorancia. Desde esta mirada sobre las cosas, tiene lugar un acto colonizador que, desde la lectura de Vandana Shiva, a pesar de erigirse como un acto salvador, se trata de un acto destructor que es preciso denunciar debido a las consecuencias destructivas sobre los ritmos del cuerpo humano y de la naturaleza que, desde la instantaneidad que es ínsita al capitalismo, son observados como barreras que han de ser superadas. Pero, ¿Estamos realmente progresando al emanciparnos de nuestros procesos vitales? ¿Son legítimos los motivos que guían nuestras acciones sobre el mundo? ¿Cómo formar parte del ciclo de la vida? ¿Qué vías feministas están por delinearse en orden a encontrar una originariedad de acuerdo con nuestro modo de ser inter– y ecodepediente? En consonancia con una sensibilidad para con la vida que ha de cultivarse, es preciso que trabajemos proactivamente reconociendo la ilegitimidad del modo de concebir los seres vivos y del trato injusto hacia ellos en el que estamos imbricados e imbricadas a pesar de (o más bien precisamente debido a) un distanciamiento y distorsión del sentido de la vida al que nos conduce el capitalismo. En este sentido, el imperativo que nos salvaría de esta transfiguración del irrecusable valor de la vida en un para qué indefinido consiste en la prohibición de quedarse, expropiar y devorar las cosas como recién salidas de una chistera. A propósito, resulta llamativa nuestra ignorancia sobre la centralidad de la llegada a la presencia, la cual puede ilustrarse en el siguiente fragmento –citando a Ortega 1984-: “La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo. Pero la vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer” (p.1), pues si bien es importante reconocer la perspicacia del filósofo al señalar el esfuerzo que conlleva nuestro ser existente, desatiende la energeia en la que la agencia del sujeto embarazado debe ser reconocido, de modo que es importante matizar que no nos encontramos en la vida desde una gratuidad inesperada, sino que es preciso hacer una genealogía de quiénes y por qué y quiénes somos en orden a reivindicar el derecho de que las madres gocen de un trabajo de parto digno, reflexión que solo puede tener lugar desde una actitud de agradecimiento del precioso y más costoso regalo, la vida que nos es dada por parte de las madres humanas y nuestra madre Tierra.

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