Cargando...

Romper con la deuda

Reivindicar el vuelo de mi mente, de mi ser, como lo indisponible en tanto en cuanto esbozo estas líneas de las que solo sé que me dirigen hacia la muerte. ¿Cuál es el significado de ver una película? Una linealidad conducente a esa escena –supongamos que– esperada, agradable, autotélica que se escinde de la vida –estar en acto–. Y sin embargo, cuando errabundeamos es cuando más música hacemos.
¿Vale el esfuerzo por la pena? A mi parecer, no.
¿Seré yo esto cuando dé por agotado el texto?
¿Quién creo que soy cuando busco las palabras correctas, cuando abusa mi voluntad extractiva de lo auténtico? ¿Hay un secreto que haya de sernos arrebatado– a mí–, por fin, liberándonos del otro?
Ahora veo que al menos cabe la posibilidad de no ser alguien, pero sin cesar la marcha hacia el encuentro. Se emprende la marcha hacia este peculiar encuentro a riesgo de no volver a ser reconocido y, lo que es peor, de no volver a ser querido –si es que, entonces, se podría decir que alguna vez alguien (me) amó–. Quizás sea precisa una momentánea amnesia colectiva, no de ella como mujer, lesbiana, madre, racializada(...)y todas esas especificidades que se imponen socialmente sobre nuestro nombre, como si este don no fuera ya, una deuda lo suficientemente insondable de la que ya siempre nos vemos obligados a responder. Quizás deba haber un momento en el que dejes al otro desprovisto de respuesta, por la sencilla razón de que todas las que he dado hasta el día de hoy han sido mentira.
Cabe apuntar, pues, a la densidad del nombre como lo indisponible, provisionalmente, a contracorriente de lo mejor que sé hacer y que con más ahínco el mundo me ha enseñado: repetirme todo el rato. Si fuera lo suficientemente fiel a esta idea borraría todas las líneas precedentes, pero eso supondría eludir el momento incómodo: el tránsito dialéctico en el que no hacemos más que responder contradiciendo lo que hemos sido. Precipitando este lugar, aparece una imagen vetebradora: Pertenencia en la desposesión de sí, del efecto tranquilizador “de los actos repetidos” –parafraseando a Butler– que generan la ilusión del yo, de esas posturas que se revelan como posturas incómodas una vez estás en el entre, un lugar en el que los gestos no significan nada y en el que el espejo no me dice más que una creencia absurda ante la que me niego a perpetuarme en vida. ¿Cabe entonces, la posibilidad de la respuesta? ¿O no es esta más que la anticipación de lo que necesitas escuchar para seguir siendo tú? ¿Descubres algo, te hace vibrar, acaso, el ritmo de este diálogo sempiterno?
Tú– yo, algunas carcajadas conciliadoras.
En este sentido, reivindico la ausencia de la respuesta como un momento posibilitante del reconocimiento. Más bien, un momento de reformularse la legitimidad misma de la pregunta que yo quiero ¿Responde esta pregunta a una llamada interna que irrumpe? ¿En qué lugar de mi ser se posará la certeza cuando el otro, por fin, me responda? ¿Y si la respuesta es una revelación del vacío? Quizá sea preciso incluir dentro de esta tarea * la localización de la herida en el cuerpo. Escucharla, drenarla, sin dejar que la herida se convierta en mi cuerpo.
¿Se tratará de hacer preguntas adecuadas?

Otras obras de Raquel Ateca Moreno...



Top