Cargando...

Reconocerme

Mi piel está tibia, caliente, mojada. Pienso qué pasaría si de repente la piedra se cae sobre mi nuca, si nada de lo que deseo llega a cumplirse. Pienso que ya siempre está llegando lo que ansiamos, que nunca tendremos nada ¿Cómo sobrevivirse en esa verdad que siempre se ha ocultado?
Luego tomo una decisión: negarme a vivir sin ilusión. Ser un ser valiente que tiene que vérselas con su razón y el encuentro y  no dejar que toda esa energía invertida me cabalgue por los senderos por los que hay que pasar. Luego tomo una decisión: afirmar mi voluntad de vida a pesar de que esta esté muriendo, precisamente porque estamos aniquilando la elementalidad que nos es dada. Deseo y me refuto en el acto: suave, emocionada y obediente. No siempre soy así ni quiero serlo, a veces soy un mar por el que me dejo deslizar irremediablemente, cuando la realidad se me presenta en su carácter hostil y yo solo puedo devolverle una mueca. Aun siendo así, persisto en el intento. Todo es más fácil y espontáneo cuando ella aparece y solo soy una sonrisa autorreferencial que erradica el dolor del amor eterno, sin posibilidad de encuentro desde ahí. Por eso inevitablemente me ofrezco feliz, porque aparece sin pedirme nada a cambio, liviana y pura “como el Sol evidente” –dijo Cernuda–, colándose entre los cuerpos. Decir hola, otra vez, como si no hubiese pasado nada. Esbozando una sonrisa que irrumpe como un nuevo proyecto. Ante ti me reconozco. Después te volatilizas y me quedo con la fe desparramada por el cuerpo, me voy ensayando ese mismo subidón que sentí al verte aparecer en aquel paraje extraño, intento consistir entre las cosas desposeídas de tu luz. Fluctúo sola en el movimiento mareando los lirios, aniquilo la tristeza pensando que he de recordarte desde la alegría.
Mi piel está fría, tiembla con los párpados abiertos. A veces yerro y me mantengo en una espera precipitada. Es paradójico decidir abandonar la espera de aquello que sabemos que nunca va a llegar. El realismo no es más que una aniquilación de sí y la otredad en vida. Inevitablemente, sigo esperando la fidelidad del otro. Una mirada, la nube, una puerta abierta (...) Tu sonrisa anacrusa. Coexisto amando y amo coexistiendo. Los recuerdos cada vez me atemorizan más según avanza el tiempo, por eso persevero avivándolos en su particular movimiento y desde ahí dejo que se vayan. Desde aquí reconozco mi ausencia y de alguna manera esta mirada es liberadora. Me libera pensar que ya no soy la misma de las primeras líneas con las que decidí concluir este texto, presa de la idea y de mis mentiras al petrificarla. Presa de mí misma con este pantalón y esta cuchara con la que mezclo el porvenir con mi muerte. Últimamente deseo desaparecer de aquí y desnudarme entre las flores, ser solo aire y tierra. Me descubro originariamente en este deseo de vida.
Está prohibido quedarse. Engullir las cosas como recién salidas de una chistera, no. Solo hay derecho si persevera el amor, que es un acto que precede y culmina en la acción misma para quien tenga los ojos para verlo. Son la manzana y el nacido el “milagro” que malinterpreta el sentido de nuestra existencia, que rehúsa del movimiento perpetuándose en un círculo perfecto en el que nos aniquilamos a cada momento al decir “yo”. Pero no existen objetos, solo miradas que se pactan con el miedo. Hasta que no aprendamos con vulnerabilidad que el aparecer es inocuo restarán las fuerzas para volver a vernos. Mientras tanto, qué vergüenza mirarnos a los ojos. Ojalá los árboles nos vieran amándonos más de lo que nos ven talando a sus hermanos. Ojalá aprender por fin a posar nuestros ojos en el mundo.

Preferido o celebrado por...
Otras obras de Raquel Ateca Moreno...



Top