No fui consciente de ella hasta hace unos años, pero creo que siempre me acompañó desde que nací. Es una vieja conocida. Una losa que llevo encima a cualquier parte y que pesa unos 80 kilos. Siento su grueso peso en mis hombros caídos. Me hablan de cosas que no entiendo, la losa pesa más y me atormenta: “no sabes nada. No tienes cultura. Eres una paleta”, me repite constantemente la desgraciada. Cómo me gustaría saber todo aquello que no sé! Lo que me gustaría ser culta y dejar de sentirme inferior a los demás! Ese sentimiento de inferioridad, hasta entonces latente, no afloró hasta que empecé la carrera de filología hispánica y me di cuenta de que era una de las más tontas de la carrera. No había leído las obras principales de los principales autores y me sentía inculta, vacía de sabiduría mientras otros –mis compañeros– estaban llenos. Ese mal y angustioso sentimiento ha ido in crecendo en los últimos años. Cada vez me siento más inculta. Cuanto más sabía y más leía, más inculta me sentía porque pensaba en aquello que todavía no sabía y me entristecía. Aunque hable en pasado, este es un sentimiento muy presente. Siento que la losa pesa cada vez más... ahora debe de pesar 150 kilos. Ya no sé qué hacer, no sé como afrontarlo, la losa se apodera de mí en cada situación que vivo. Por eso he optado por la soledad como mecanismo de protección y de defensa. Así, sin relacionarme con nadie, pensé en que no volvería a sentir aquel hiriente sentimiento; pero sigue ahí y, a veces, aún en soledad, me habla.