Sandra Chapado García

DÉCIMA PARANOIA

Iba montada en mi bicicleta, paseando por la Gran Vía, a la altura de la escaleras de la Riojana, cuando me topo con un facha cani que me reta y me penetra con la mirada; no me quita el ojo de encima. Yo le devuelvo la misma mirada desafiante. Me doy cuenta de que es el líder de un grupo de fachas canis que están sentados en la escaleras a los que no dudo en insultarles con violencia: “fachas, guarros, asquerosos!” los fachas canis se me quedan mirando desconcertados como si no entendieran nada de lo que les estaba diciendo. No obstante, me lanzan miradas agresivas (cosa que no hace su líder). Noto que quieren decirme algo, responder a mis ataques, pero se reprimen las ganas y bajan la cabeza sumisos después de que su líder les llame a la calma. Como mi atención estaba puesta en ellos, no me di cuenta de que un rojo pasaba por allí. Él tampoco se dio cuenta porque iba mirando al móvil. Casi nos chocamos. Menos mal que tuve buenos reflejos y frené con mis pies mi bicicleta. Lo hice casi instintivamente. Recuerdo que el chaval tenía cara de buena persona y llevaba una chaqueta negra muy molona. Me pidió disculpas al instante, pero yo, mostrándole la palma de mi mano abierta, le dije que había sido culpa mía, que el facha me había distraído. El grupo de fachas empezó a reírse de mí y yo les volví a insultar. En medio de todo aquello, vi que dos rojos subían las escaleras. Uno de ellos se me quedó mirando mientras me sonreía. Yo no lo miré, me daba vergüenza hacerlo no se muy bien por qué. Como el rojo vio que no lo miré, bajó la cabeza algo desencantado y siguió su camino. Me fui de allí, pero al cabo de cinco minutos, volví a pasar por las escaleras de la riojana. Me había quedado con ganas de decirles unas cuantas cosas más a esos malnacidos fachas canis. Nunca estaba satisfecha, siempre quería más. Me gustaba tomarme la justicia por mi mano. Ya no estaban en la escaleras, pero el facha cani líder estaba con otros en lo soportales. Creo recordar que estaban cantando y yo, en tono burlesco, les dije:  “óle, óle. Estaréis orgullosos de lo que defendéis. Esto es lo que vale, esto”, mientras les enseñaba con orgullo mi puño con el que reivindicaba la República y el comunismo. Uno de ellos me echó una mirada de susto y asombro (ahora me doy cuenta de que el chaval estaba flipando con lo que les estaba diciendo y no entendía nada). Por el rabillo del ojo, vi que el facha lider me estaba analizando sin perder su sonrisilla. Seguí para adelante y me crucé con dos. Uno de ellos era rojo. Me miró y sonrió. Le intentaba trasladar con la mirada que plantara cara a aquellos canis fachas. Recuerdo que les echó una mirada de fuego, roja y devoradora. Sentí un intenso orgullo antifascista al instante y continué con mi entretenido camino.

Otras obras de Sandra Chapado García ...



Arriba