La primera paranoia provocada por los efectos de los porros en mi mente que recuerdo es cuando iba una tarde montada en mi bicicleta morada y escuálida por el puente romano. Recuerdo que me encontré con una tipa un tanto pija que me miró y luego bajó la mirada mientras se reía de mí como pensando: “menuda pobretona esta, vaya bici de mierdosa tiene, a saber donde irá” acto seguido yo le grité: “aaaayyy”, como dando a entender que qué delicada era y que cuidado no se rompiera en dos con solo andar porque iba caminando muy despacio y con claros síntomas de debilidad mental. Mientras me alejaba e iba pensando en que le había dejado noqueada y que estaría lamentándose por dentro, vi a una pareja de un chico y una chica muy de mi rollo, vestidos con ropa normal, casual y nada pija. El chico me miró como dándome a entender que había hecho bien poniendo en su sitio a aquella estúpida pija. Yo les miré de arriba abajo buscando pistas de si eran fachas o rojos. Por su forma de vestir, parecía que eran lo segundo, pero su vestimenta podía estar engañándome. Escudriñé un poco más fijándome en sus miradas, que parecían dulces, aunque no tenía claro si me las dirigían a mí o aquella pija repugnante. No lo podía saber porque no me miraban sino que dirigían su mirada al frente. Yo achiné mis ojos, aquilatando su mirada y su ropa de arriba abajo con un movimiento muy rápido de ojos buscando alguna señal objetiva de si eran lo uno o lo otro, pero no me decanté por ninguna opción. Después de ese incidente, seguí mi ruta por el dorado puente romano en busca de aventuras, en busca de fachas a los que insultar.