estás sentado hace un rato, te da curiosidad que vas a comer, pero hasta que no llegue no vas a poder empezar, así que, te distraes mirando por la ventana mientras te aseguras que los cubiertos efectivamente estén acomodados.  después de varios gritos que excusan su demora, llega, como siempre último, y estamos, todos, todos expectantes, pero, a él.  ya no lo cuestionas más, así que ves con indiferencia como le están sirviendo a él primero y a vos después, pero ella, ella siempre se sirve última.  inentendiblemente, hay que seguir esperando para probar la comida, todo esto ya te genera ansiedad y te gustaría ver dibujitos, pero ya sabes, la tele sólo se prende si hay “algo importante que ver”, ya dejaste de cuestionarte que para quién importante.  la espera, y tal vez, algo del miedo que envuelve esta especie de ritual, ya te empiezan a hacer sentir inapetente, quisieras empezar a hablar o algo, pero recordas que sólo respondes preguntas, y las preguntas ya tendrías que haber entendido quién las hace o las “autoriza”... por fin la prueba, casi sin saborearla mientras observa de reojo la pantalla de su teléfono, por si “hay un mensaje de trabajo” y... está frío, o no, o era muy caliente? o que hiciste mucho o muy poco, con demasiada sal o casi ni se siente el gusto, ni me acuerdo la verdad, porque abruptamente acontecía el infierno en lo que pudo haber sido... una mesa familiar.