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Salmo de la gloria: A la Sombra del Laurel

Vuelvo los ojos con encanto, a los para—
jes del llanto, donde florecieron los jardi—
nes de la Desolación...
 
donde se abrieron las rosas de mi Cruci—
fixión...
 
en ese huerto de mi Martirologio, cre—
cieron, es verdad, las rosas del Elogio ;
 
hicieron una floración magnífica, sobre
los parajes de la Retórica ;
 
eran bellas ; pero no las amé, y no las
amo, porque odié y odio, toda forma de
Reclamo...
 
no sé por qué me pareció ver, dormido
en su cáliz, el gusano de la Perfidia ;
 
preferí aquellas que me ofreció la En—
vidia ;
 
tan pálidas, tan anémicas, a pesar de
ser envenenadas y coléricas...
 
eran crueles y bajas y rastreras ;
 
¡pero eran tan sinceras!...
 
y, yo amo la Sinceridad, por sobre todas
las cosas de la Humanidad ;
 
yo amé aquellas rosas, rojas como el pu—
ñal de Harmodio, que me ofrecían tem—
blando, la Cólera y el Odio ;
 
en mi existencia, las más amadas mías,
fueron las rosas de la Violencia, y las de
las más profundas melancolías...
 
hubo otras negras, como el Abismo ; las
rosas de mi Ostracismo ;
 
otras, fueron como hechas de esmaltes,
en una maravillosa combinación ;
 
parecían rencorosos gerifaltes, posados
en los puños y, en los hombros, de la es—
tatua de un Faraón ;
 
fueron las rosas cruentas, las rosas de
las afrentas, aquellas con que todas las
virtudes de las multitudes, y todos los
deseos de los fariseos, me adornaron como
a un Cristo, apenas entrevisto en las idealidades
del Futuro, y el cual hubiese hecho el gesto de libertarlos ;
 
las manos de aquellos publícanos, hicieron
el Milagro de la Transfiguración de
las Rosas ; sobre el Agro, y sobre mi frente,
las hicieron sonoras y escandalosas ;
 
y, se vio en mi corona de martirio, uno
como delirio de vegetación, pues cada hoja,
se hizo una rosa roja, perfumada de
Sándalo ;
 
las rosas del Escándalo ;
 
las rosas del Ultraje ;
 
las rosas del Insulto ;
 
aquellas con que el canalla] e estulto me
coronó ;
 
ésas, las amo yo ;
 
amo esas rosas brutales, que semejan
cardos, más que las rosas sentimentales
y, la caricia de ámbar de los nardos, con
que Hadas líricas, coronaron mis horas
románticas, poniendo sobre mi cabeza, la
corona obsesional de la Tristeza...
 
¡traedme mis rosas trágicas, mis rosas
melancólicas, aquellas que adornaron mi
Calvario...
 
que ellas me sirvan de sudario...
 
y, se extiendan después, salvajemente,
cubriendo mi sepulcro solitario! . . .

Salmo de la gloria

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