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Salmos de la amistad: Ofertorios

I

 
Hondas cosas interiores, del Jardín de
los Silencios, dice al alma, tu Belleza, co—
ronada de Misterio ;
 
tu Belleza, que recuerda el perfil grave
y perfecto, de la Palas—Atenea ;
 
tu Belleza, circundada de un divino sor—
tilegio ;
 
¡albo lis en el Crepúsculo, ante el cual
se inclinan ledos, los rosales pensativos
de este amable Florilegio!
 
¿no has mirado allá, en tu Patria, a la
liora del Poniente, cuando el Sol tiñe la
Tierra de un bermejo resplandor, las águilas
detenerse, tras un vuelo grave y, lento,
e¡xi las cimas inmutables, y, quedar allí, rígidas,
inmóviles, extáticas, cual si fuesen
esculpidas en el dorso de un blasón?
¡magníficas, hieráticas, cual si fuesen las
cariátides del fúnebre monumento de algún
viejo Faraón! ;
 
esas águilas, son solas ;
 
solas son bajo los cielos ;
 
solas son sobre las rosas ;
 
solas son ante los vientos...
 
¡admirables cenobiarcas de los ritos del
Dios—Sol! ;
 
soledad, es Vida fuerte ;
 
soledad, es Vida enorme ;
 
nadie sabe la grandiosa y severa inten—
sidad de la Vida en el silencio, sino aque—
llos que aman mucho el prestigio de las
almas, y, el Misterio Omnividente de las
Vidas Interiores, que se expanden como
ríos, en la calma austera y, grave de In—
violada Soledad... ;
 
y, yo soy un Solitario, que en las áspe—
ras penumbras de una noche de combates,
vive huraño, como un buitre, que no sabe
abrir sus alas, y tenderlas al espacio, sino
en horas de tormenta, cuando airado vi—
bra el trueno, bajo cielos escarlatas, en la
negra incertidumbre de un Ocaso convul—
sivo...
 
yo soy ave carnicera ;
 
yo soy ave de borrascas, cuyas garras
tienen sangre ; cuyo cuello, si se enarca,
es en un gesto de Muerte ; cuyo grito, si
se escapa, es un grito de tumultos en un
campo de batallas ;
 
mucho lodo del combate, forma el peso
de mis alas...
 
¿cómo quieres que detenga este vuelo
de borrascas, en las candidas páginas, to—
das tersas, todas blancas, de tu Álbum,
donde vienen los Poetas, deslumhrados,
con sus liras de oro sacro, a decirte sua—
vemente, Ofertorios de sus almas?...
 
i cómo quieres que yo, pose ahí mi ga—
rra ensangrentada, y, recoja sobre el Li—
bro, la tormenta de mis alas?...
 
y, i no ves cómo hacen sombra, cual si
fuesen las dos zarpas de un león?
 
I armonías ilimitadas que te cantan!...
 
digan ellas lo que vale tu Belleza ; tu
Belleza circasiana ¡la tiniebla de tus ojos ;
y, el incendio de tu alma ;
 
homenaje a esa Belleza, es mi Nombre
en estas páginas ;
 
ese Nombre, de odios rudos, de implaca—
ble y, ciega Ordalia, yo lo pongo en este
Libro.... ;
 
y, ese Nombre, es una garra, que te ofre—
ce suavemente, una rosa perfumada.
 

II

 
Señora: yo quisiera tener, la Primavera
a mi disposición ; y, este Otoño, tan
triste, que los campos reviste de una púr—
pura enferma, de gran Desolación, trocar
a mi turno, por la Estación Florida, para
que ese Mar taciturno, que vais a surcar,
se hiciera como un jardín florecido, donde
cada lucero, aparecido en el cielo se refle—
jara como una rosa de alabastro, y, la mi—
rada, de ese astro, coronara vuestra negra
cabellera, que va a hacer celosa a la Mar
tempestuosa... ; y, que cada ola fuera, co—
mo un seno de estrella, para que se mira—
ra en ella, una mujer tan bella como vos ;
al Destino (o como se llame vuestro Dios)
le pido la merced, de que haga de ese
Mar, un gran camino tapizado de floras
estelares, rosas crepusculares en ponien—
tes de oro...
 
y, que el tesoro de vuestra Belleza Sobe—
rana, llegue a la Habana, . Vencedora del
Mar, que dominado y, cobarde se hará
muy triste al ver perderse vuestra huella,
como se pierde el halo de una estrella en
el lánguido seno de la Tarde.
 

III

 
Muy pequeñas flores, rojas, como labios
entreabiertos, al hálito enamorado de los
besos, se muestran en tus manos, y ador—
nan tus cabellos, dando sombra a la mira—
da, de tus grandes ojos negros, ya muy
tristes, ya muy graves, ya sonrientes, ya
perversos, como cisnes pensativos, en pe—
numbras de Silencio, como lotos emer—
giendo de las frondas del Misterio ;
 
I cuántas penas, cuántos sueños, cuántos
goces, cuántos duelos, cuántas cosas
ignoradas u olvidadas, atraviesan las miradas
de esos grandes ojos... ¿tiernos?
i malos? i suaves? ¿fieros í a su turno, humildes
y, orgullosos, tumultuosos y, seré—
nos, bondadosos y, perversos... ¿ojos ma—
los? ¿ojos buenos?
 
ojos que han llorado mucho sobre diver—
sos senderos...
 
i sobre mañanas de Amor, y sobre no—
ches de celos!...
 
ojos que fueron abismos, y ojos que fue—
ron un cielo, para almas que se miraron
en la gloria de su espejo...
 
eso he visto en tu retrato...
 
lo demás de tu rostro, es aún muy bello...
 
no lleva el sello —que tú dices —, «del
tiempo destructor» ;
 
tu garganta, tus hombros, tu seno, ad—
mirables de niveo candor...
 
pero, ¿tu alma?
 
me dicen que es buena ;
 
y, ¿tu Vida?
 
me dicen que es triste...
 
en las líneas que me dirigiste —pidiéndome
que escribiera algo para tu Ál—
bum, y enviándome tu retrato, me haces
un relato de tu pena ;
 
ya sabía yo de tu cadena ;
 
de cómo se forjó, y cómo la rompiste ;
 
¿fuiste culpable?
 
¿fuiste infeliz?
 
¿qué fuiste?
 
¿mala o buena?
 
fuiste una Mujer ; un ser de pena y de
placer, de Bondad y de Perversidad ; ab—
negada y egoísta, magnánima y cruel,
acendrando por igual, el veneno y la
miel ;
 
sembrando el Bien y eLMal, con incons—
ciencia trágica;
 
¡benéfica y fatal!...
 
cumpliendo tu Destino, que es llenar de
flores y —de ruinas el camino, que es el
Destino de la Muier...
 
 
 
Has llegado en el viaje de la Vida, a la
zona donde se reflexiona ;
 
¡Oh, el claror de la Tarde, fenecida!...
 
¡de la trágica Tarde de la Vida!...
 
ya Sirio arde, con un resplandor cobar—
de, sobre el cielo, aun tibio de luz febea ;
y, a esa hora, es tarde ; tarde para todo lo
que se desea ;
 
tarde para avanzar, y tarde para retro—
ceder ; tarde para lidiar, y tarde para des—
cansar ;
 
tarde para ser vencidos ; y, tarde para
vencer...
 
tarde para vivir...
 
¡qué podemos hacer de la Vida, en esta
estación traidora?...
 
tarde para morir...
 
¿por qué dejamos llegar esta hora?...
 
¡ay! Señora...
 
¡si pudiésemos al menos olvidar!...
 
¿eso es posible?
 
que os lo diga la bella alma sensible de
esta amiga nuestra, que ha puesto tu car—
ta y tu retrato en mi poder...
 
que lo diga esa noble mujer, que tanto
ha gozado y tanto ha vivido, que ha tan—
to llorado y tanto sufrido... que fué tan
amada, que fué tan querida...
 
y, que, hoy... abandonada, sola y ven—
cida, llora sobre las ruinas de su propia
Vida:
 
Señora ;
 
es la hora de la Resignación ;
 
única Aurora que se alza sobre el corazón,
en esta hora devastadora, sin horizontes
y sin Pasión:
 
Resignación, Señora:
 
Resignación ;
 
ésa es la Sabiduría d.el Corazón.
 

IV

 
Este libro es un bosque, en donde el can—
to de las aves, celebra tu Belleza ;
 
yo, esas aves melódicas no espanto ;
 
soberbio en su tristeza, el buitre sangui—
nario, que aislado y solitario, sobre el alto
peñón de la alta sierra, soñando con la
guerra, el ala negra bate, con heroicas nos—
talgias de combate, y cuyo grito audaz,
tan sólo estalla fatídico y, salvaje, cuando
agita, erizado su plumaje, sobre el sinies—
tro campo de batalla, no extenderá el ala
ensangrentada, ni lanzará su lúgubre
graznido, aquí, donde en idílica bandada,
las aves armoniosas han venido, a cantar
tu Belleza Inmaculada...
 
Este libro es un templo, en donde un
coro de creyentes, celebra tu Belleza ;
 
detengo ante él la planta ; inclino la ca—
beza ; no voy al ara santa ; ni nuevo Osaa,
extenderé mi mano, sacrilego y profano,
para tocar la santidad del Arca ;
 
incurable Heresiarca, de extraño culto
y, con ajenos dioses, no elevaré mis voces,
hechas para el rumor de la Blasfemia,
aquí donde se premia, la fe de una alma
pura, con cantares...
 
yo, peregrino adusto, no entraré a pro—
fanar tu Templo Augusto, ni arderá en
tus altares, mi cirio de rebelde Icono—
clasta ;
 
¡oh bella niña, y cuanto bella, casta!...
 
el viajador obscuro, que no ha querido
que tu Fe se asombre, escribirá por fue—
ra, sobre el muro, del Templo blanco y pu—
ro, su perseguido nombre ;
 
y, ese nombre, por tantos combatido,
íserá en el Templo alzado a tu Pureza, co—
mo un Bajo—Relieve, allí esculpido, para
probar, a cuántos ha rendido el Poder ce—
gador de tu Belleza.
 
 

V

 
Era el encanto de tu Vida, y era, como
un blanco rosal en primavera, cuando des—
punta en su primer botón...
 
y, tu alma estaba en Adoración, a la
sombra de ese rosal...
 
sopló con ímpetu el vendaval, y el rudo
ábrego mató el rosal...
 
sobre sus despojos, lloran tus ojos, el
más cruel de los llantos ; el llanto mater—
nal...
 
sólo los pájaros alzan sus cánticos, so—
bre aquel jardín en desolación...
 
¿qué quieres que diga mi voz amiga,
sobre esas ruinas de tu corazón?...
 
para los grandes dolores, todo consuelo
es una Profanación ;
 
frente al tuyo, yo no oso ensayarlo ;
 
te devuelvo tu libro sin tocarlo, con la
pena cruel de no poder escribir nada
en él ;
 
¿qué podría decirte?
 
¿que envidio al hijo tuyo, que murió
siendo tu Orgullo?
 
¿que yo, habría dado la mitad de mi Vi—
da, por ser llorado por mi Madre bella,
en cambio de no haber pasado, como he
pasado, la otra mitad de mi Vida, en llo—
rar por ella?
 
¿es un grito de Egoísmo?
 
¿es un grito de Dolor?
 
sólo sé que sale de lo más hondo de Mí
Mismo; y, es el grito de mi más puro
Amor, de mi más loco Amor, de mi único
Amor...
 
del solo Amor que embelleció mi Vida...
 
¡mi Vida!... que fué después tan triste
y tan vencida a causa de ese Dolor...
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