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Salmos de la piedad: Misericordia

I

 
Yo, no deshonré mi espada, poniéndola
sobre el pecho descubierto de un Vencido ;
 
le tendí, la mano mía ;
 
por eso fui herido,
 
de su Villanía ;
 
y, tarde digo:
 
¡Ay de aquel que no ultima a su Ene—
migo!...
 

II

 
 
Yo, di cobijo, al que vino en la noche
desolada a tocar en mi cortijo ;
 
pasó mi portal amigo ;
 
le di abrigo ;
 
como huésped fué sagrado...
 
después...
 
hecho legionario, a los gajes de un Ti—
rano ;
 
volvió...
 
y, el Hogar hospitalario, profanó el pre—
toriano...
 
y, extremó su Crueldad, sobre el seno
abierto de la Hospitalidad...
 
 
 
Cerrad la puerta que da al camino:
 
NO DEIS NUNCA POSADA AL PEREGRINO.
 

III

 
Rosas de sangre florecían mil, sobre
aquel pensil, sangre de labios torturados
por los besos en divinos excesos ; rosas de
fuego, que con sus sabias manos de ciego,
sembró el Amor...
 
¿quién las hizo malas?
 
¿quién las hizo crueles?
 
¿quién robó las mieles, y puso las hie—
les, en sus rubios cálices, y mató el olor?
 
preguntadlo a la lengua del amigo, que
sembró la leyenda ;
 
que os lo diga el Mendigo—Poeta, que de
mi buhardilla su escudilla sacó repleta...
 
 
 
Si os sobra la comida arrojadla al
viento:
 
NO DEIS NUNCA DE COMER AL HAMBRIENTO.
 
 

IV

 
Su ignorancia era una sed ;
 
jadeante vino a mí ;
 
yo, le di con qué su sed aplacara, bebió
en la fuente clara de mi dicción, y en las
ondas profundas de mis conocimientos ;
 
apuró el río de mis pensamientos, y ba—
jo el ala mía, se nutrió de Ciencia y de
Arte, y de Belleza y de Poesía ;
 
partió, entre pesares muy vivos, dándo—
me el beso augural de los Olivos ;
 
triunfó ;
 
y, ahora, vencedor, ágil y, diestro, se
vuelve contra el Maestro, y de la fuente
pura, hace un raudal de lodo, para arro—
jarlo a aquel de cuyos labios aprendiera
todo... ;
 
y, aprieta entre las manos los escudos,
con que Césares rudos, pagaron su vileza,
para hacer así, más espesa, más larga y
más amarga, la Noche de Getsemaní.
 
Guardad las linfas de vuestro pensa—
miento:
 
NO DEIS NUNCA DE BEBER AL SEDIENTO.
 

V

 
¿Quién hizo esta úlcera en el pecho
mío?
 
¿recordáis aquella cabeza blonda, que
como la onda de un lago de oro, reclinó
el tesoro de su belleza, sobre la tristeza de
mi corazón?
 
era una estrella en duelo...
 
me pedía un consuelo...
 
yo, ensayé consolar tanta aflicción...
 
era una sierpe bajo la maleza ;
 
se llamó la Traición...
 
a la Traición nada resiste:
 
NO CONSOLÉIS AL TRISTE. . .
 
No consoléis de nadie la tristeza ;
hallaréis una sierpe bajo la maleza.
 
 

VI

 
La Bondad, es un veneno ; el peor de los
venenos ;
 
no seáis buenos ;
no seáis buenos ;
no seáis buenos.
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