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Reloj

Lego la nada a nadie
Borges

A través del vidrio del mostrador él la miró, más allá de su curiosidad abrigaba un sentimiento diferente, el color de ese cabello, rojo como las fieras llamas encendidas, le trajo un recuerdo arrumado hacía años en el último cajón de su memoria. Resplandeció por un instante una pequeña luz, y su corazón dio un salto; Adriana de veinte años atrás, Adriana sonriente de ojos claros, Adriana piel de durazno, vuelta a la vida, retornada, pero pronto pareció desvanecerse la alegría temprana, pues aquellos ojos claros que se dirigían a él, insistentemente le llamaban, algo le decían en la habitación casi de noche, pero él atrapado en esos ojos donde veinte años habían dejado sus huellas, no había podido atender el llamado.

—Perdón, ¿en qué puedo ayudarle?

También en ella algo se movió, quizá una puerta intentó abrirse, o las alas de una mariposa añeja querían despegar después de tanto tiempo inertes. Aquella voz, la voz de los poemas inentendibles del amor quebrado. Sí, también ella algo recordaba. En el pasado. No tuvo más remedio que simplemente contestar, porque el recuerdo se le escapaba de las manos.

—¿Podría indicarme dónde queda la iglesia Txxxx?

—Con el corazón en el esófago y temblando, secamente dijo.—Dos cuadras a la izquierda, ya la reconocerá.

Entonces el “muchas gracias” de aquella boca antiguamente rosa, lo dejó tirado en un rincón, donde la veía darse la vuelta, dirigir unos pasos, tomar el picaporte, abrir y salir ahora ya definitivamente, para siempre.

Cuento corto, lejanía, nostalgia y soledad.

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