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Mi exilio

“El exilio es la cesación del contacto con un follaje y de una raigambre con el aire y la tierra connaturales; es como el brusco final de un amor, es como una muerte inconcebiblemente horrible porque es una muerte que se sigue viviendo conscientemente.”

Julio Cortázar, Caracas, 14 de agosto de 1978

Me robaron mi país, me robaron mi ciudad, me robaron mi lengua, me robaron mis calles, me robaron mis casas, me robaron mi gente, me robaron mis palabras, me robaron mis libros, me robaron los sueños, me robaron todo.

Me robaron, me asaltaron, me invadieron, me allanaron, me golpearon hasta hacerme sentir diferente a ellos. Lo lograron. Ya no soy ellos. Tal vez nunca lo fui y hasta ahora me doy cuenta.

Me escupieron en la cara mientras me robaban mi ciudad y mi país entero. ¿Y ahora  quieren los ladrones hacerme pensar que este lugar es mi lugar, que esta gente es mi gente, que los gritos en los estadios son mis gritos, que su patrioterismo es mi nacionalismo, que sus sueños son mis sueños, que su música es mi música, que su comida es mi comida, que su pobreza espiritual e intelectual es mi inteligencia?

No.

Asaltada y vilipendiada, denigrada y desgarrada, mi ciudad se volvió un montón de jirones y luego fue desvaneciéndose poco a poco, entre el olor del suadero, entre los bramidos de los conductores de radio, entre los alaridos de las farmacias de descuento.

Nunca podré volver a mi país, porque mi país ya no existe.

Frente a la sonrisa idiota, digo no. Frente a la hipocresía y el cinismo, digo no. Frente a las carcajadas de guajolotes espantados, digo no. Me niego a compartir su alegría oligofrénica, su risa barbitúrica.

Llego a la embajada de mí mismo, que está en mis adentros, pido la protección de mi memoria y me declaro un exiliado por voluntad propia y para el resto de mis días.

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