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Veo dormir un árbol

Intento fallido de escribir en pentámetro yámbico
mientras mi padre duerme. Después del tercer verso, renuncié.
 
 
Al mar de ti te vas (soñar y ser),
y el cielo da de sí, gigante, dios.
 
Ayer se fue, mi amor, ayer se fue.
 
Y me preguntas con los ojos dormidos, me miras
en cada uno de tus silencios, árbol,
y no sé cómo decirte que nos quedamos solos.
 
Antes fue mi madre, tu mujer,
mi mujer, nuestra,
demasiado nuestra,
luz demasiada luz.
 
Y antes de que se fuera la luz, entraste en ella, árbol,
y de ella salimos nosotros. Somos los mismos,
el mismo.
¿De qué me quejo, entonces?
Nadie se ha ido: aquí estamos
los cuatro,
el mismo.
 
¿Pero cómo percibir lo que pienso?
 
Vana esperanza de ver lo invisible,
de escuchar lo inaudito, de mirar cualquier movimiento,
el más leve, al otro lado del río.
 
Y es en ese anhelo
con el que tratamos de destejer
nuestra tristeza,
mientras aguzamos los sentidos,
donde nuestras manos se entretienen
con el lodo frío que nos rodea
y sobre el que nos encontramos
sentados.
 
¿Qué es esto? –pregunto.
El tiempo –dice el árbol entre sueños–. El tiempo.

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