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Asiento en las ruinas

Madrugadas en vilo de mil novecientos ochenta y ocho
donde acalladas mis vísceras remotas
tomóme la memoria de lo muerto,
memoria de familia vertical creciente.
¿Adónde iba mi infancia,
dónde estaban quienes prometieron segunda corona:
lo que el deseo no persiga,
lo que apenas intenten las palabras?
Madrugadas en que escribí
“¿Es necesario que yo escriba en verso
para apartarme del resto de los hombres?”
(Lautreámont)
Soplaba el viento de los manicomios,
¿Dónde estaban quienes prometieron segunda corona:
lo que el deseo no persiga,
lo que apenas intenten las palabras?
¿Es necesario apartarme de los hombres para escribir en verso?
Madrugadas en vilo de mil novecientos ochenta y ocho
con tu cabeza en mis manos.
Olía a bosque, nos maldecía un pájaro, era el fin de la tierra.
Cuántos paseos que haríanme más sabio,
cuánta luz, árbol, agua,
lo que una voz más justa llama vida,
ardió entonces para este entendimiento:
qué triste entre las manos,
como falsa plata que no morderé,
la cabeza de quien amaba.
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