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Confesión.

Para Frida.

En reiteradas oportunidades he tenido el descaro de evitarla. Y esconder la cursileria para pensar sin palabrería: ¡La amo. La amo con terrible locura, Frida!

En otras oportunidades el cinismo me desborda sutilmente para mentir de nuevo, mentirme a mí mismo y no tener la indecencia de ridiculizar mi orgullo de príncipe estúpido. Y gritar: ¡La quiero tanto entre mis brazos, Frida!

A veces me provoca evitar convertirme en un tonto niño desafanado del yugo materno. Aunque muy en el fondo ansío acurrucarme en su seno, desbordando un cariño sin otro igual, Frida.

Deseo, añoro y quiero estar muerto, tengo muchas ganas de sentir bajo la tierra húmeda de mi cadáver, que me crece una flor rompiédome el pecho. Una flor que seguramente encontrarías y reconocerías entre decadencia sangrienta y floral, Frida.

Una decadencia que me indicaría a decir, desde el otro plano:
Esa flor es para usted, así como yo soy para usted, mi Frida.

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