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El coño de Irene

No me despertéis, hostia, puercos, no me despertéis, cuidado que muerdo, lo veo todo rojo.
¡Qué horror! Otra vez el día, otra vez la perrera, la inestabilidad, la actitud.
Quiero volver a entrar en el mar ciego, basta de relámpagos que significan esas tormentas continuas que quieren hacerme vivir la vida del trueno, han cambiado mis ojeras por chapas. Hay explosiones de grisu en cada respiración de mi pecho, mis mineros huyen hacia las galerías de angustia, estalla estalla más y mejor. Pero no es la claridad, es la dinamita. Atraviesan con espadas mis párpados, hunden dedos en mi garganta, frotan mi piel con la grava del despertar. No arranqueis mis uñas sumidas en el mantillo de los sueños, mi piel se pega a la sombra, la noche está en mi boca, mi sangre no quiere fluir. Duermo rediós, duermo.

Brutos, voy a gritar, grito brutos, hijos de cerdas enculados por los reclinatorios, abortos de calzoncillos, sucios fangos de los cagaderos, carreras de las medias de las putas sapos domésticos, mucosas purulentas, pulgas, chinches, dejadme pelanduscas de rododendros, pelos de axila, candelas esquiladas de pulgas, supuraciones de ratas, virutas, virutas negras.

Muerte, muerte pues me despertarán, me despiertan. A mí las cagadas, las trombas, los ciclones, a mí la condenada oscuridad.
Culos, cacas, vómitos, maricas, maricas, cerdos podridos, castañas de india, salmuera de orina, excrementos, escupitajos sangrientos, reglas, puaf, sudor de orugas, cola, moco, baba, vosotros, vosotros, pus y semen viejo, abominables sanies, hinchazones, vejigas reventadas, coños mohosos, blandengues, merdosos, eructos de ajo.

Si habeis amado aunque sólo sea una vez en la vida, no me despertéis si habeis amado.

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