Caricamento in corso...

Geosmina

El olor de la geosmina se juntaba por debajo de mi nariz ya húmeda. Mis pezones estaban duros, indicando que habían estado demasiado tiempo expuestos al aire helado y húmedo de una lluvia que había dejado diversos charquitos por todo el parque. Mis manos, tiesas, ya no encontraban ni un solo grado de calor frotándose entre ellas.
  No lo había pensado, el cómo la vida te puede llevar de repente a un parque solo, y empaparte de gotas de árboles. Realmente me sentía así: húmeda. Deseosa de sólo tener que olvidarme de todo lo que había pasado y dejar perder la, ya nula, dignidad que me quedaba.
Ver mi reflejo debajo de un árbol no me alentó a nada. Me sentía peor al ver la clase de mujer en la que me estaba convirtiendo. Sólo era una vil ramera con el cabello desordenado y mojado, una blusa de tirantes sin lavar por días y una bolsa de supermercado que guardaba dentro una estúpida carta.
  No le podía pedir nada a la tracción de los pocos autos pasando sobre a un lado del parque, con conductores ebrios por las festividades que me gritaban cosas como: “¡Eh! ¡Nena! ¿Cuánto me cobras?” “¡Ve y búscate un hombre que te mantenga!” “¡No vales nada!”. Aunque a decir verdad, los lograba confundir con las voces dentro de mi cabeza.
Mientras mis sucios pies se arrastraban hacía no sé dónde, no pude evitar reírme, creo que de mí.
Me había dicho que era muy bella, y creo que él era quién me daba la belleza que tanto busqué.

De pronto fue como si el calor del alumbrado, me diera justo en mi mano derecha, casi se siente como la mano que me llevó hasta su habitación. Una mano que me daba seguridad, tranquilidad, certeza y un poco de compañía con el leve olor a colonia que dejaba sobre mí. Esas mismas manos que rodeaban mi cintura cuando él salía de la nada y me tomaba por detrás, como si tratara de secuestrar mi alma.
La maldita forma en que se me acercaba cuando salía de su trabajo. La maldita forma en que me ofrecía un abrazo mientras caminaba con la seguridad de que no había nada de qué preocuparme. Esa maldita atención.

De pronto me veo contemplada en la vida más asquerosa, una vida que no es mía. Las luces de los lugares cercanos empiezan a surgir entre la diminuta bruma de niebla que deja el suelo mojado, y la brisa que apenas sí se siente y que se ve cuando un auto la alumbra con sus luces.

Algunas señoras acomodadas me miran como si vieran en mí el claro ejemplo de lo que ellas evitaron toda su vida. Quizá alguna de ellas me hubiese dado el consejo que me salvaría de esta tragedia, pero nunca llegó a tiempo. Un hombre no tan viejo, me ofrece un saco. Sin embargo decido tirarlo al suelo, como reproche del estúpido concepto que ahora tengo de todos ellos. Al parecer su mujer estaba cerca, porque escucho que una señora le pide que vuelva al auto. Se marcha, no sin antes dejarme a un lado de su saco estropeado un vaso de café caliente.
  Sé que recogerlo podría salvarme de una posible pulmonía, pero solo me limito a patearlo hasta derramarlo todo. El vapor condensado del mismo ya es historia cuando decido voltear a ver la atrocidad que había hecho unos pasos atrás.

Me resigno a que esa noche no encontraré ningún lugar seguro. De hecho, dudo que incluso conmigo esté segura.
Entonces, como vil vagabunda me tiro al pie de un árbol que aún conserva algunas partes secas. Puedo notar que las jardineras hechas de metal se comienzan a empañar por la inesperada temperatura aún más helada. Son casi iguales que con los que me golpeó. Igual de fríos. Tubos de metal sacados algún escondite.

Hago un último esfuerzo por poder revisarme las heridas y descubrir qué clase de atención hubiera ocupado en caso de querer vivir. Comienzo por mi cabello que aún está mojado. Alguna vez fue castaño, pero ahora está teñido de color rojo coagulado.
Mi cara, es la que encuentro más irreconocible. Siento tantos bultos por debajo de la piel, que por momentos siento que puedo estar sonriendo sin siquiera quererlo. Tengo algunas aberturas, pero ya son dos o tres las que siguen sangrando.  Estos casi segura que cualquier persona con algo de inteligencia me diría que necesito urgentemente atención médica, pero el corazón jamás deja de sangrar, es algo que ellos no pueden controlar. Es algo para lo que ni siquiera hay posgrados o doctorados.
Sigo sin poder articular el brazo izquierdo. Quizá este roto, o qué se yo. Igual la sangre sería algo difícil de lavar.
Alguna vez le toqué una canción. Ese brazo me ayudaba al violín. Ese brazo acercó su perfecta cara hacia la mía. Ese brazo no quería soltarlo la vez del viaje. ¿De verdad lo necesitaba tanto como él a mí?
Para cuando quiero examinar mis piernas, el agotamiento ya me ha vencido, me doy por terminada, por perdida.

Al poder recargar mi cabeza sobre lo que parece mi último compañero de vida, ese viejo árbol, cierro los ojos de inmediato. Solo puedo ver su mirada y después una tierna sonrisa. Una sonrisa cálida. Una sonrisa que podría atravesar cualquier persona con alma. Una sonrisa paralizada. Una sonrisa macabra, siniestra y muy desconcertada. Una Sonrisa que apuntaba directo a mi cabeza antes de poder huir.
¡Debía contarme su preocupación como siempre lo hacía! Debía hacerlo sutilmente. ¡¿Por qué solo me dejo tirada?!

Me quedo desconcertada, tan tímida, avergonzada, abusada, decepcionada. No existe ahora nada para mí. Ni siquiera yo. Y es que cuando te pierdes, no te queda absolutamente nada.

No sé qué hora es cuando un golpe profundo en la cien me despierta. Son dos hombres vestidos con chaquetas negras y logro visualizar un Tsuru viejo aún con las luces encendidas. Hecha vapor a más no poder, debo estar congelada.
Me cortan la ropa con navajas que han sacado de sus bolsillos. Les desagrada un poco lo que ven, y no me sorprende. Golpes, sangre, quizá musculo a plena vista.
Uno de ellos me amordaza poniéndome un pañuelo en la boca. Aunque a decir verdad, no me creía con la capacidad suficiente como  para gritar.
Uno de ellos, ya con prisa, y con el peligro de estar en una vía pública, me abre de piernas y me penetra tantas veces como puede. El otro no deja de tocarme por las pocas partes sin “defectos” que me quedan. Puedo sentir las lágrimas caer sobre mi rostro, pero no puedo sentir los abusos de ambos hombres. Creo que yo soy quién está abusando de todo.

Soy una mujer joven, apenas si 25 años son nada. Debería estar trabajando en algún buen centro de investigaciones. Debería estar levantándome para otro día rutinario. Podría estar haciendo el desayuno, o como de costumbre, comprándolo en alguna tienda. Podría estar marcándole a mi novio y deseándole otro perfecto día.
Quizá fue eso, quizá era demasiado perfecto. Demasiado aburrido. La vida se cansa de dar suficientes cosas buenas y que no se le atribuya ningún valor. Y quita todo. Todo.

¿Qué hago aquí? ¿Estoy? ¿Han terminado? ¿Se han ido?

La vida es tan sádica, que decide dejarte viva. La muerte es tan sádica, que decide dejarte viva.
Aún está el vaso de café cerca, tirado. Ojalá tuviese café caliente. ¿Quién se ha llevado mi saco? Realmente a nadie le importa, nunca a nadie le importó. Si él hubiese sido un poco menos perfecto, todos me hubieran cuidado. Sería fácil comenzar de nuevo, pero no se me haría fácil terminar de nuevo. De pronto me veo como lo que siempre trate de evitar.

Dios, su sonrisa sigue siendo hermosa. Es como un fenómeno natural que aunque destruye, es sublime. Se burla. O quizá tiene miedo, miedo de que ya no estaré. Su carta ya no estaba.

El olor de la geosmina se empieza a juntar por debajo de mi nariz ya cubierta de sangre. Mis pezones están blandos, indicando que habían estado demasiado tiempo sin sentir el aire helado y húmedo de una lluvia que había dejado diversos charquitos por todo el parque, uno de sangre. Mis manos, tiesas, ya no encontraban ni un solo grado de calor en nada.

Piaciuto o affrontato da...
Altre opere di Joed Galbe...



Top