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Quimérica Muerte

Te encierras en tu caparazón de principios
aprendidos en una sociedad degradada y mentirosa
que su sola existencia la ha enmascarado y entramado
en filosofías estercoleras de esbirros pensadores.

Que quimérica e idílica resulta ser la muerte
cuando la desafiamos y pellizcamos sus oscuras faldas.
Notamos que ella también trastabilla y teme morir
porque su sola existencia no se debe a nosotros.
 
Se viene preguntando hace muchos siglos
de juntar cadáveres, rasgar mantos y romper faroles
¿Qué hace mi existencia la sentencia de la vida?
Se pregunta en medio del tétrico silencio ¿Por qué?
 
Después de una existencia vana
en la que no importa si fuiste dios o mendigo.
Rey de ases o peón de tablero,
cortesana de príncipe o prostituta de calle.
Tu recompensa será la estigmatizada muerte.
 
Te encierras en tu caparazón de principios
aprendidos en una sociedad degradada y mentirosa
que su sola existencia la ha enmascarado y entramado
en filosofías estercoleras de esbirros pensadores.
 
Resides en sus muros, en sus covachas, en sus mazmorras,
en sus rascacielos de quinto patios, en sus ciudades inteligentes
para socavar más el punto muerto de la muerte
porque piensas que en ese confort ella no te esperará.
 
Ensayas amar a una mujer para huir de su olor a rosas muertas.
Y cambias su perfume por el aroma de su virginal prosa
que de a poco se torna en un olor nauseabundo de fosa
que es el olor del inframundo de tu viaje a lo desconocido.
 
¡Oh muerte! Sobre ti también caerán los musgos del olvido
No serás más en un mundo de plenilunio donde ni el llanto cabe
No habrá plañideras para tu cortejo fúnebre
Ni enterradores que abran una fosa y dejen tu ambigua figura
bajo el sello de una lapida con un ilegible poema.
 
Solo serás la estrafalaria muerte anunciando su muerte
en medio de la algarabía de un arco iris de agua, en una tarde de lluvia
pregonando el fin de tu camino. Sonarán panderetas echando suerte
a todos los que el viento levantó de entre los cementerios.
 
Todos llegaron compungidos, ateridos con trajes oscuros.
Llevaban en sus manos ramos de flores y esquelas de plegarias.
Habían sido convocados a despedir el inexcusable fallecimiento
del enterrador de la muerte que había recibido su absolución
pero prefirió morir de amor por quien le había servido y amado en secreto.

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