Amo tanto la Paz, que mi compañera y yo elegimos su nombre para nuestra hija menor, Irene. A ellas y a Leticia, nuestra hija mayor, que ilumina la paz con la alegría, van dedicadas estas palabras.

No hay que temer, no durmáis,
pues que no hay paz en la tierra.
Teresa de Jesús, “Para una profesión”.

¿Dónde la paz?
Dime el lugar, el tiempo en que la paz reinó;
dime qué corazones la imaginaron con tal fuerza
que la hicieron vivir, esencia del deseo,
en universos frágiles de luz
y fantasía
(que no es menos real que lo real).

Antes de que existieran los dioses y los hombres
—nos dice el padre Heráclito—
Pólemos existía, y estaba en el origen.
De una gran explosión todos venimos.
Somos polvo de estrellas.
“Seguimos cierta ruta en diagonal
por la Vía Láctea” hacia la paz.
Y sin embargo...

No hay camino a la paz: la paz es el camino.
Por caminos de paz se llega al infinito, se alcanza lo absoluto.
¡Cuán hermosos los pies de quienes van al mundo
anunciando la paz!
Hacedores de paz justifican la vida.

La verdadera paz nos arranca del miedo.
Por eso Jesús dijo: “La paz dejo, mi paz os doy;
yo no la doy como el mundo la da.
No se turbe el corazón,
ni tenga miedo”.
Y no hay más buena nueva que el evangelio de la paz.

El fruto del espíritu es amor,
gozo, fe, bien... y siempre paz.
Aunque estemos en medio de brutales batallas,
el mundo nada puede
contra la paz.
Cada nueva violencia nos reaviva el deseo de una paz infinita,
o de una paz perpetua.
En medio de la guerra el grito de la paz proclama
el único sentido de la vida.
Y donde está la paz y su destello
la plenitud del ser refulge entre los seres.

¿Dónde la paz?
En nuestros corazones capaces de justicia,
pues sin ella la paz es solo una palabra.

Manuel Ángel Vázquez Medel
Solsticio del verano de 2021.