Cuarta sinfonía.
Yo y el vacío.
Sí, sólo yo y el vacío, pero, ¿Qué tan vacío está?
No mucho, pues bailan en una perfecta coreografía; millar de partículas al unísono de la vibración del universo.
Entonces, ¿Cuando me siento solo, qué tan solo estoy?: Lo proporcional a mi capacidad de apreciar la vida, seguramente. Porque, egoísta de mi parte sentirme solo, si en mi pequeño jardín hay cientos de plantas que aman las palabras bonitas; aman ser regadas y cuidadas; como aquella pequeña lagartija que todas las noches salta a mi escritorio, para beber del vaso con jugo que ahí le dejo.
Es que, soy muy fan de esas cosas tan fundamentales que todos conocen, pero, pocos aprecian; El calor del alba, por ejemplo. Despertarte a pocos minutos de ver el sol naciente, mientras el frío te abriga cada centímetro de piel; cuando tus ojos aún luchan contra el sueño. Ese momento tan ínfimo e íntimo cuando cierras tus ojos y sólo te concentras en sentir, sentir el calor del alba reposando en tus mejillas; sentir el calor del alba descansado en tus párpados; sentir el calor del alba llegando desde cientos de miles de kilómetros, tras un viaje por el universo. Esos momentos me hacen sentir vivo.
Me he sentado a meditar entre cimientos destruidos por personas ruines; y me he encontrado a mí mismo centrado en mi ser, descubriendo un universo que era completamente desconocido de mis pensamiento.
Abrazar un árbol se siente como abrazar un anciano lleno de sabiduría por el pasar de los años.
Abrazar un árbol es drenar todos los sentimientos negativos.
Abrazar un árbol es un acto de rebeldía contra el sistema mundial de represión.
Abrazar un árbol es, por cierto, más que magnífico; un acto de amor y agradecimiento a la vida.
Si por cada pétalo tuviese que darte un beso, pequeña, podría estar contando por siglos pétalos en los rosales más grandes del mundo.
Y sin duda alguna, me los pondría de adorno, adorno para mis labios y cuerpo, con suerte de qué, tú, colibrí, llegues descansar en mí.
Pétalos para llamar tu atención, cuál ave con su ritual de apareamiento.
Cuando observo con detenimiento la bóveda celeste, me inundo de miles de pensamientos, todos tendiendo al desorden (como el universo mismo) pero que se ordenan para llegar a la conclusión más exacta que éste hombre puede dar, y es: Parsimonia.
Y no, tantas preguntas sin respuesta no me hacen sentir mal, pues, tengo el momento presente para encarecidamente llenarme de conocimiento.
Y sí, me siento infinitamente pequeño en un universo “infinitamente” vasto (a lo mejor), pero, con más razón me siento infinitamente agradecido por el milagro de la vida.
Tomando por creencia el “Somos el universo contemplándose a sí mismo” porque yo sí estoy hecho de polvo de estrellas (todos, en realidad), que no me siento barro, ni polvo de algún ser divino. Yo soy 13.800 millones de años de historia; soy explosión e implosión de miles de millones de estrellas; soy supernovas; soy chorros de luz expulsado de los agujeros negros; soy púlsares enviando radiación electromagnética en todas las
frecuencias; soy el resto de una nebulosa; soy el fondo cósmico de microondas; soy y por siempre seré el universo amándose a sí mismo.