Fui educada con la idea de experimentar a Dios al morir,
por eso me cuestiono a ratos,
¿qué tanto estaré muerta ya?
Para sentirlo en la brisa suave.
Para vivirlo en las sonrisas compartidas.
Para experimentar ese todo en los besos.
Para tocarlo en las patas peludas de mi mascota.
¿Qué tanto estaré muerta ya?
Porque a veces el silencio me habla tanto
y la quietud de mi alma
me transporta a lugares insospechados.
Y el dejar de respirar
me invita a meditar mejor.
Tanta plenitud en el ahora,
que respiro,
que palpo,
que calco,
que miro.
¿Qué tanto estaré muerta ya?
Para creer.
Para pensar.
Para vivir en muerte.
Para morir en vida.
Para experimentar estos momentos Dios.
Nada se resuelve.
Todo se acomoda.
La fe se encarna
en la convicción
de que ya es,
no en la esperanza
que espera
lo que no es ya.
Pero todo importa poco.
¿Qué tanto estaré muerta ya?
Para vivir a Dios en el amor,
en el respeto a los demás,
bajo la lluvia;
mirando un arcoíris;
recordando a los que ya no están;
pensando en los que podrán venir.
Sintiendo la vida dentro de mí.
¿Qué tanto estaré muerta ya?