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Mal sueño

Me hallaba bajo el viejo tejaban del portal de la casa, agotado por el trabajo de la mañana había ido a descansar después de haber bebido un jarrón de agua fresca del pozo.
El sol había descendido hasta la mitad del cielo, tan cerca de la tierra, que está comenzaba a enardecer bajo los pies, y arriba en el campo casi podría jurarse que los maizales iban a encenderse y humear como cerillos .
Dejé la jarra de barro sobre el suelo empolvado y me recosté sobre la hamaca que colgaba de uno de los postes, en los que alguna araña llevaba ya varios veranos tejiendo un gran nido de redes.
El sol del mediodía espesaba el viento en una masa caliente que me golpeaba sobre la cara, y que humedecia en grandes manchas de sudor la ropa que se pegaba a mi piel. Aquel viento se sentía cargado de un calor soporifero, y poco a poco en el lento balanceo de la hamaca, fuí sumergiéndome en profundo adormilamiento.
Mis párpados iban cayendo presos de una pesadez contra la que luchaba abriéndolos de golpe rápidamente, para luego sentir, como volvían a cerrarse por encima de mi voluntad. Después de haberme resistido durante algunos minutos termine en algún momento cerrandolos por última vez, siendo incapaz de abrirlos una vez más.

No podría decir con certeza cuánto tiempo hube durado así, pero según la noción de tiempo que me permitía mi adormecida consciencia no fueron más de diez o quizás quince minutos los que pasaron antes de volver a abrir los ojos.
Pero ¡ah! cuan engañosos son los sentidos cuando se hallan bajo el efecto de la embriaguez del sueño!
Al cabo de abrirlos nuevamente me sobresalté en un terrible extrañamiento.
El sol que apenas unos momentos antes se hallaba brillando con una blancura enceguecedora sobre el campo, había desaparecido completamente del cielo y ahora en cambio lo que se alzaba frente a mis ojos era una fantástica penumbra azulada que sobresalía de entre las retorcidas sombras de los maizales.
Pocas veces he sido presa con tanta intensidad de aquella desagradable sensación de haberseme arrancado las horas de mi vida, de sentir como si el tiempo se drenara de golpe y se me hubiesen arrebatado años que me pertenecían.
Un ráfaga violenta de aire se desató desde aquel oscuro horizonte por detrás de aquellos maizales, que comenzaron a retorcerse en un extraño y sombrío baile.
El viento golpeaba el tejaban de madera que rechinaba por encima de mi cabeza, con tal fuerza que en algún momento llegué a creer que iba a caerse sobre mi.
Fue entonces que me percate que aquella araña negra ya no se encontraba entre los hilos de las telarañas que ahora colgaban sacudidas por el aire.
Quise levantarme para refugiarme dentro de la casa cuando por una extraña razón me sentí presa de un intenso dolor de cabeza, como si me clavasen una aguja en el centro de la frente, que terminó doblegandome hasta caer de rodillas sobre la tierra. Sostenido apenas por la débil fuerza de mis tambaleantes brazos, quedé de frente al sembradío, cegado por una espesa neblina grisácea que me nublaba la vista, veía como aquellas sombras parecían crecer desmedidamente sacudiéndose con violencia, y entonces de entre esa confusa agitación ví o creí ver la silueta de una muujer que corría desnuda   por entre los maizales.

Me incorpore con algún esfuerzo y camine hacia dentro del sembradío, en la misma dirección que creí haber visto a la mujer. La penumbra de la noche se acrecentaba sobre el cielo, y poco a poco mis vista se iba desvaneciendo entre sombras. Cuando hube llegado al lugar no encontré nada, y todo lo que alcanzaba a ver eran las oscuras figuras de los maizales bailando.
El viento corría entre ellos y al agitarlos, de entre sus hojas secas se dejaban escapar lo que a mí ya excitada imaginación parecían languidos susurros ininteligibles que se mezclaban junto al canto nocturno del grillo.

Fué entonces que ví, a unos cuantos metros de dónde yo me encontraba, aquella silueta recubierta de una piel tersa y morena.
Camine de nuevo hacia ella y cuando me hube acercado lo suficiente y estuve a unos cuantos pasos, la mujer súbitamente se hecho a correr. Yo corrí tras ella, me abría paso entre los maizales tan rápido como podía, pero por alguna inexplicable razón, a penas hube avanzado, comencé a sentirme terriblemente fatigado, y todavía más extraño, me parecía que mis piernas adquirían el peso del plomo. Cada pasó que daba sentía realizarlo con un increíble esfuerzo, a tal punto que en un momento, me fue imposible seguir avanzando, mis piernas habían dejado de responderme por completo y tuve que pararme en medio de aquella oscuridad que habiase vuelto absoluta y negra como la piel de la pantera.
Haciendo un esfuerzo por penetrar en ella, alcance a distinguir oculto entre aquellas tinieblas  a un pequeño rostro mulato  que me miraba fijamente con ojos brillantes como los de un gato.
Quise pronunciar alguna palabra, llamarla, gritar cualquier cosa, saber que aquello que veía era real, que no era solamente una desvarío ocasionado por las sombras de la noche, por mis atormentados nervios, pero lo único que salió de mi boca fue un mudo gemido entrecortado.
Entonces ví como aquellos retorcidos y alargados cuerpos de maíz que se alzaban y se encorvaban en el aire, se asemajaban a una guadaña que curvaba la fría punta de su hoz sobre mí.
Ahí fué cuando lo supe, cuando sentí, con una abrumadora certeza, como una guillotina que cayese sobre mi alma, el implacable final de mi destino y mientras un último terror me recorría hasta la más pequeña fibra del cuerpo, mi corazón dió su último latido.

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