Era una tarde previa a la noche de reyes del año 2020. La cabalgata andaba correteando por la ciudad. Yo caminaba tranquila por la calle, alrededor del parque de San Francisco, mientras iba leyendo el prospecto de la píldora del día después que me iba a tomar, cuando tropiezo con tres fachas. Sabía que lo eran por sus abrigos beis bastante pijos. Dos de ellos tendrían unos treinta y pico años y el otro rondaba los 67. De repente, empezaron a hablar de filosofía con un tono facha asqueroso que me hizo sentir repulsión al instante... que iba a saber de moralidad y de ética una panda de fachas si no las practicaban? no me lo podía creer. Acto seguido, me miraron porque se dieron cuenta de que estaba escuchando su conversación y les estaba juzgando duramente a juzgar por la expresión de enfado de mi rostro y mi mirada enemiga. Cada vez hablaban más alto para que les escuchara y llamar mi atención, y se empezaron a reír de mí. Yo en ese momento me di cuenta de lo que pasaba: me veían débil porque iba cabizbaja (en realidad iba concentrada leyendo mi prospecto) y pensaban que sus palabras me estaban hiriendo, cosa que buscaban. Los más jóvenes se callaron y bajaron la cabeza porque se dieron cuenta de que estaban diciendo gilipolleces y yo los estaba sentenciando duramente. El más viejo me miró y empezó a reírse. Yo le podía ver por el rabillo de los ojos y le giré la cara para que no me mirara... me molestaba su mirada insistente y su risa nauseabunda. Y a los pocos segundos, apareció. Sí, se mostró ante mí un antifa de unos cuarenta años aproximadamente, que me miraba con unos ojos atentos, amigos y relucientes. Me trasladaba con la mirada: “tranquila, estoy aquí para apoyarte. No te sientas sola ante estos fachas. Tú mírame a mí. Pasa de ellos” y me calmó al instante. Sentí alivio al verlo. Además me gustó... me pareció muy guapo e inteligente. Pensé que sería profesor de historia o algo así. Iba con un anorak azul y con su capucha puesta. Un antifa auténtico. Con los ojos entornados y con algo de vergüenza en ellos, miré a las personas que iban con él. Creo que vi a un niño pequeño. No estoy segura. Tengo lagunas de ese momento... pero a quien seguro que vi fue a una mujer igual de antifa que su compañero con la capucha también puesta. Su mirada era tierna, más luminosa si cabe que la de él, más amorosa, pero igual de amiga. Iba con su espalda doblada, a diferencia de su creo que pareja y mirando para abajo. En ese momento yo meneé mi cabeza rápidamente de lado a lado y con movimientos agitados para indicarle que no podía ir en esa postura, que le iban a ver los fachas, la verían frágil y se meterían con ella. Como no se daba cuenta de lo que le quería trasladar, doblé yo mi espalda también y adopté una actitud cabizbaja mientras no perdía de vista su mirada. Su acompañante no me quitaba el ojo de encima y al realizar yo ese movimiento, me miró con ojos de agradecimiento a la par que sorpresa por haberme sacrificado por ella. Dejé de mostrarme fuerte y empecé a mostrame débil por solidaridad con aquella mujer, mientras pensaba que si caía una, caíamos todos para así seguir siendo uno. Así había que mostrarse ante estos fachas asquerosos. Como a mí me habían respetado y les habían acobardado, a ella también la respetarían viendo que habíamos adoptado la misma postura. Ella acabó entendiendo lo que le quería transmitir y acto seguido, se irguió. Yo me quedé en esa postura inclinada un rato más, mientras seguía caminando. Agradecía mucho haberme encontrado con aquellos antifas y haber calmado mi ira después de ver a aquellos filósofos fascistoides.