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Cácerolazo de ensoñación

La tristeza me invade profundamente, el sabor amargo en la ausencia de quién no se debió ir se torna en una masa grisasea de una nube gris que queda atascada en mi garganta. Me duele el pueblo y lo siento en mis pies. Me duele el hambre, sin tener ganas de comer. Pero sobre todo, me duele la impotencia y me duele el disparo que atenta ante el sueño colectivo.

Facundo muy iracundo cantaría diez mil versos sobre las pasiones incrustadas en nuestra lucha. Sobre el impreciso e improbable encuentro de contradicciones entre los bandos opuestos que hoy tendrían el mismo sueño.

El sueño de un beso que al unisono encendiera la llama del fuego tansformador. El fuego abrumador que quema las vitrinas cristalizadas de la burguesía y moviliza en cada chispa un grito que en cada cuadra transgrede está  mierda de cotidianidad, violenta y cesgada.

Un beso que despierta la ensoñación colectiva liberada de las ataduras oligarquicas del olvido.

Un beso de lágrimas que desatan la ira y el caos, reconfigurando las nociones temporales y espaciales de la ciudad.

No importa el día ni la hora, la multitud y la cacerola dibujan la nueva cartografía de Bogotá.

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