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Muerte, no lleves tatuado su nombre.

A pocos días de la muerte, el cuerpo ya aprisionaba las memorias de un futuro incierto que incansable razgaba las nubes mientras ellas se desvanecían entre sus uñas.
 
A pocos días de la muerte, tu nombre retumbaba en las líneas fragmentadas del asfalto.
 
Esas líneas que me atravesaban el cuerpo con tu silencio y que con el poder penetrante calentaban en lo más profundo de mis entrañas los vestigios de un vida que le quedaban pocos días para morir.
 
A pocos días de la muerte, ya moría y sigo muriendo. Porque a pocos días de la muerte su nombre dejaba de sonreír en mi nombre.

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