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Taller.

Mientras el otoño llega
y las hojas
se tornan amarillo,
yo me torno carajillo
y me bebo,
y me inyecto en vena
las sonrisas de Hollywood
que me empujan desde la tele
y me intentan,
con brocha gorda,
pintar felices.
En ese momento,
te sonrío como un tonto
ya que el arte
—como tú dijiste en su día—
se talla en un taller:
no se fabrica en una fábrica.
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