Nuestro asilo, Señor, tú siempre fuiste.
Nada era el mar, la tierra y el espacio,
y era ya lo infinito tu palacio
y Dios eras tú ya.
Formaste al hombre, y a ligero polvo,
que arrebatan los vientos, le reduces.
Edades tras edades reproduces,
muerte tras muerte va.
Son ante tí los años y los siglos
como vigilia de la noche umbría,
como soplo de viento, como el día
de ayer, que ya pasó.
Es el hombre torrente fugitivo,
sueño veloz que la mañana trae,
flor que nace a la aurora, y crece y cae,
si la tarde llegó.
Colocas ante tí nuestras maldades,
tu faz alumbra la infamada tierra,
tu cólera confunde, espanta, aterra;
consume tu furor.
Muere la vida cual palabra vana;
ochenta años, lo más, el hombre dura.
Pasan la juventud y la hermosura,
no el trabajo y dolor.
¿Será eterna, Señor tu ira funesta?
¿La oiremos retumbar día por día? ...
Borra tú de la humana fantasía
las horas del penar.
Mécese el hombre en cuna de dolores,
entre yerbas y espinas vive y crece;
como el ave en los aires desparece,
como piedra en el mar.