Del negro abismo en la región oscura
en profundo estupor y abatimiento
hundida yace la legión impura
que el Señor despeñó del firmamento;
no tristeza, no llanto, no amargura
aparece en su rostro macilento,
mas en sus ojos tétricos se advierte
odio, rabia, furor, rencor de muerte.
Unos en derredor la vista giran
y cierran con temblor la yerta mano,
otros creciendo en cólera se miran,
otros sonríen con desprecio insano;
a calmar su despecho en vano aspiran,
ocultar su dolor tratan en vano;
es el rostro cual lago transparente
que descubre del fondo la corriente.
En desorden se ven amontonadas
rotas lanzas, corazas y crestones,
tintas en roja sangre las espadas,
abollados paveses, morñones,
ropas en el combate desgarradas,
sin astas destrozados pabellones,
y agitados, convulsos los heridos
lanzando de su pecho hondos gemidos.
Siniestras llamas pálidas ondean
de amarillenta luz iluminando
los escabrosos valles do campean
los escuadrones del precito bando;
entre el humo y azufre centellean
meteoros de fuego y, rebramando,
truenos aterradores se desatan
y por cumbres y abismos se dilatan.
Allí lagos se ven de aguas inmundas,
allí pesadamente largos ríos
en las cavernas piérdense profundas
y en largos bosques de árboles sombríos;
espantables serpientes furibundas
y canes arrabiados y bravíos,
feroces tigres de mirar sangriento
insaciables buscando el alimento.
Allí desnudas peñas y zarzales,
y escorpiones se miran venenosos,
espinos en ardientes arenales,
llanto vertido en antros cavernosos,
y del centro de rudos peñascales
y tostados desiertos escabrosos,
retumbando una voz se alza y se lanza
gritando sin cesar: ¡No hay esperanza!
Colosales fantasmas por el viento
giran sañudas, o volando pasan
entre vapores de color sangriento
y en vivas llamas el espacio abrasan,
y gritan con rumor y son violento
cuando los aires rápidas traspasan;
Ni esperanza os concede el Dios eterno.
¡Ni esperanza! repite el hondo averno.
Oye Satán la voz, para el semblante.
Sentado estaba en encendida roca,
inclinada la vista penetrante,
pálidas las mejillas y la boca,
enarcadas las cejas, palpitante
el ulcerado corazón, que toca
el relevado pecho, do se imprime,
y lo alza y lo estremece y lo comprime.
Así tal vez volcanes encendidos
se elevan y se abajan con violencia
cuando sienten sus antros derruidos
de incontrastable fuego a la inclemencia,
y entre sordos recónditos bramidos,
oponiéndole débil resistencia,
anuncian a los hombres con pavura
horrible muerte y luenga sepultura.
Con trabajo Satán tenue respira;
por las huecas narices imperfetas,
cual noto silbador gime y espira
de encinas y peñascos en las grietas;
fatigado después ronco suspira
cual si rugiera, herido de saetas,
irritado león allá en la interna
estancia de una cóncava caverna.
Como encallado barco que rechina
crujen sus duros dientes encobrados,
fusca sus ojos súbita neblina,
se encapotan sus párpados airados,
caen en desorden a la faz cetrina
los ásperos cabellos desgreñados
y espuma arroja el labio enardecido
cual jabalí cerdoso combatido.
Y al compás de blasfemias y lamentos,
y entre la asolación y entre el espanto,
Satán alza la voz, y por los vientos
tronando vuela su terrible canto
contrastados así los elementos,
hundiendo a la natura en el quebranto,
el rayo aterrador desencadenan,
y la tierra y el mar y el cielo atruenan.
1
Tú que Dios te proclamas soberbio,
tú que Eterno y potente te nombras
y nos hundes rabioso en las sombras
que se agitan en esta mansión;
no en tu efímero triunfo te goces,
no en la suerte confíes injusta,
aun me queda una mano robusta,
2
aun me queda un feroz corazón.
Si tú tienes el cielo por reino,
si un ejército tienes altivo,
tengo yo corazón vengativo
que un ultraje no olvida jamás.
Y falanges de espíritus fieros
que a seguirme anhelosos aspiran,
y si acaso con fuerza respiran
gemir hacen el cielo y temblar.
3
Del infierno en las grutas profundas
entre abismos y nieblas vivimos,
y hambre y sed y dolores sufrimos
por tí, odioso monarca, por tí;
y tan sólo arenales ardientes
y volcanes de lóbrega cumbre,
y torrentes y mares de lumbre,
y huracanes se miran aquí.
4
¿Y el esfuerzo perdemos llorando?
¿Y así inertes sufrimos el yugo
que imponernos a un déspota plugo
en un rapto de rabia y furor?
Basta ya de cobardes suspiros,
basta ya de terríficas penas,
destrocemos las viles cadenas,
reanimemos el yerto valor.
5
¿No tenemos bravura y aliento?
¿No tenemos un brazo terrible?
Si es la hueste del cielo invencible,
conquistemos la muerte siquier.
Levantemos la voz de venganza
al compás de la trompa sonora.
¿Lloraremos cobardes ahora
si hemos sido potentes ayer?
6
¡Oh, cuál rompe mi pecho la ira!
Empuñemos de nuevo la lanza,
el encono daráme pujanza
y seré menos torpe adalid.
Tempestades, venid a mi acento,
y vosotros, arcángeles bravos,
que a vileza tenéis ser esclavos,
levantad la cabeza ¡venid!
7
Vuestras alas me sirvan de asiento,
y de guía el horror y exterminio,
y extendiendo mi duro dominio
Muerte reine implacable doquier.
De los orbes la grata armonía
se suspenda a mi mando tirano,
y una sola señal de mi mano
muestras dé de mi vasto poder.
8
Y desplómese el cielo sin quicio,
guerra se hagan los astros chocando,
y la muerte risueña imperando
el infierno aniquile también.
Suspendiendo yo entonces mi vuelo,
adurmiéndome al ronco estallido,
de los cielos el!ay! dolorido
mi alma fiera henchirá de placer.
Suspende su cantar, porque la ira
llena y comprime el fatigado pecho;
por la hinchada nariz el aire aspira
y no siente su seno satisfecho;
luego en torno de sí la vista gira
combatido de rabia y de despecho,
y al través de la niebla que lo ofusca,
sus fuertes armas, sus arneses busca.
Con firme paso y altivez se avanza,
y respirando desconcierto y guerra
su brazo tiende a la nudosa lanza
y, balbuciendo, en la mitad la aferra;
en el aire la vibra, y con pujanza
el cuento estriba fervoroso en tierra
haciendo con el golpe furibundo
retemblar el abismo hasta el profundo.
Rápido se compone la coraza,
con desenfado y además sañudo
afirma el casco brillador y embraza
luego el templado reluciente escudo;
sobre él alzando la potente maza
descarga veces tres el golpe crudo;
al rumor conmovióse el horizonte
cual si un monte chocara con un monte.
De la suerte que suele presurosa
una jauría de canes acercarse
a la voz de la trompa sonorosa
del cazador, y ufanos congregarse,
así de los demonios la estruendosa
turba se mira rápida juntarse,
dando indicios de bélico ardimiento
al oír de Satán el llamamiento.
Los escuadrones de ángeles caídos
llenan los campos, lomas y laderas,
y de sangre los lagos corrompidos
de bateles se cubren y banderas.
Al combate feroz apercibidos
braman cual si bramaran roncas fieras,
y las pesadas armas empuñando
la señal del combate están ansiando.
Satán en un veloz razonamiento
enciende su valor, su enojo y brío,
a la manera que el soplar del viento
de las llamas aumenta el poderío.
Ya en ligero agitado movimiento
a surcar se preparan el vacío,
ya en grito universal que el alma aterra
dicen con hueca voz: ¡Venganza y guerra!
Al ruido y al clamor el viento muje
y el sordo estruendo por los montes zumba;
al peso de la gente el suelo cruje,
parece que el abismo se derrumba.
El rumor sube en poderoso empuje
a la celeste bóveda, y retumba.
Asoma la su faz el Dios Eterno,
y en silencio mortal se hunde el infierno.