El templo está sombrío y silencioso
como del hombre la última morada,
y entona allá una voz grave y pausada
cántico religioso.
El cristiano medita prosternado
ante el altar augusto del Eterno,
su ferviente oración eleva tierno
ya del mundo olvidado.
Sobre enlutado triángulo se miran
cirios que están las naves alumbrando;
se van unos tras otros apagando
y al fin todos expiran.
Asentado yo al pie de una coluna,
allá en lo más recóndito del templo,
en las luces del triángulo contemplo
mi vida y mi fortuna.
Del tiempo asolador la mano helada
destruye mi existencia tempestosa,
y en dilatada noche tenebrosa
quedará sepultada.
Empero joven soy y nuevos días
del sol la lumbre abrasará mis venas;
aun pasaré más gozos y más penas,
y más melancolías.
De mis amigos los amantes brazos
aun sostendrán mi enardecido cuello;
a la pura amistad pondrán el sello
más amor, nuevos lazos.
Dejaré la ciudad y presuroso
iré al lugar do vi la luz primera,
será mi habitación una pradera
o un monte cavernoso.
De mis padres veré la tumba fría,
su losa regaré con tierno llanto
y luego entonaré fúnebre canto
en la morada umbría.
¿Pero adónde me arrastran mis delirios?
¿Quién sabe de su vida los momentos? ...
Un soplo repentino de los vientos
puede apagar los cirios.
Tal vez, tal vez en este instante mismo
de mi contemplación y mi demencia,
hundiráse mi frágil existencia
en el oscuro abismo.
Y en esta piedra donde estoy sentado
la augusta ceremonia al acabarse,
los hombres me hallarán, al retirarse,
sin aliento y helado.
Pero aun vivo me encuentro y anublada
mi vista alcanza a ver cirios ardiendo;
pasa, sus blancas luces conmoviendo,
el aura delicada.
Así mi corazón late apacible;
mas viene de pesares un torrente,
lo estremece y oprime de repente,
y le deja insensible.
Los cirios se apagaron. Noche horrenda
interpone a mi vista velo denso.
¿Acaso estoy en el palacio inmenso
de eternidad tremenda?
En mi redor fantasmas aparecen,
aquí y allí vagando misteriosas;
adonde estoy se acercan silenciosas,
luego desaparecen.
¿Así es la eternidad que nos espera,
vórtice horrible de tiniebla helada
en donde el alma vaga arrebatada
por la corriente fiera?
¿Y ni un rayo de luz vendrá del cielo
cual relámpago al triste caminante,
que quisiera le alumbre un solo instante
y sea su consuelo?
Pensando así y vagando en la profunda
terrible oscuridad, me precipito,
llego al umbral ¡oh Dios! y lanzó un grito ...
¡Un mar de luz me inunda!