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La casa que canta

Suena la casa lejana, encerrada y misteriosa,
en un leve bochorno se esconde de la madrugada ebria.
Del vecino, canta la blanca casa,
es tímida, a penas si se oye, pero existe su melódica prosa.
 
Pasan los oyentes sin oír, y se posan las aves sin quedarse,
pero la otra vez la escuché cantar, con voz de hombre, con voz de un ángel.
Y sobre las ventanas, empañadas, sus versos han de quedarse,
y mientras la casa del vecino cante, las ramas corean, en sacrificio, al quebrarse.
 
Tono frío en la mañana de noviembre,
balada quieta que acompaña el inicio del invierno, que lo vuelve pardo.
Sus cantos encerrados y a veces quietos,
se disfrazan de crepúsculos, en su mayoría, inciertos.
 
¡Cómo suena a una voz fallecida, la casa del vecino!
¡Cómo triste y pesado se vuelve salir por ese único camino!
Malditos estamos todos a escuchar su lamento en gritos cantados,
y voltean, sin despisto y con una pizca de encanto, a la casa que canta, la casa del vecino.
 
A veces son cuerdas las que intentan escapar, en otras,
un grandísimo y muy deprimente, acapelado cantar.
Se pinta de colores su jardín, de misterio y temple semejante,
al escuchar monocromático su vida traspasada por los, hasta entonces, insípidos y desinspirados cantantes.
 
Demás está decir lo bello de todas y cada una de sus frases,
que escalan de las orejas a los más oscuros y avergonzados romances,
pues cuánto evoca la invisible y aburrida casa,
a quienes de ella, han escuchado una dulce voz que tristemente, siempre canta.
Piaciuto o affrontato da...
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