Cercanos a la extinción
Había una ola de rumores del fin del mundo
Jeremías atizaba las llamas de la parrilla
las brasas hablaban un lenguaje de fuego
mientras se doraban las costillas del cerdo.
La luna roja parecía mirarnos inquietante
mientras el solsticio de primavera durará
y su preñez pariera corceles unicornios
que galopaban vibrantes en su alrededor.
El fin del mundo, era una metáfora que rondaba
en el calidoscopio de los surfistas del nihilismo
que renegaban del orden singular de las hormigas
porque más que en lo evidente
era en las mínimiedades que se mostraba la vida.
De seguro el golpe de gracia
vendrá como fuego rastrero o ladrón de medianoche.
Como ojo perdido en las constelaciones
oteando un horizonte indefinido de pasiones.
La sociedad y su mascarón de proa satanizado
urdiendo un plan para salvarse
cuando estamos al filo del acantilado
en las fauces del león devorador de sueños.
Sueños viscerales de mitocondria
Eva y su espasmódico orgasmo
dando comienzo al mito de regreso al paraíso
mientras los querubines queman el rastro divino.
Era noche de Pascua y todos tenían
que untar sus puertas con heces de cabra.
Ya no bastaba la sangre del cordero
la humanidad tenía marcado su derrotero.
Se sirvieron las costillas de cerdo
aderezadas con dátiles y especies
traídas de orillas del Nilo para la ocasión.
Una pantalla gigante dejaba ver a la gran serpiente.
Éramos la comilona de un mundo engullido
por las guerras fratricidas, por los desvaríos religiosos,
por la inobservancia de los mandamientos
por el sino de nuestra estela lumínica.
Dimos positivo para una pandemia
y en los estertores reaparecía mitigada
pero triunfal lista para dar un coletazo final
así fue hasta la extinción de la gravedad.
